Hola, diarioooo… Me acostumbré a la joda, che. Anoche otra vez tuvimos festejo en casa. Nadie sopló velitas, pero habrán venido unas diez personas (más o menos esas fueron las veces que bajé a abrirle la puerta a alguien). Estuvo muy divertido. Ligué muchos pedacitos de comida porque viste que la gente cuando come siempre se le cae algo. Aunque esta vez, nadie se olvidó el vaso lleno en ningún rincón. Una lástima porque eso que toman huele muy bien, pero no te convidan, che.
De todos modos, quiero contarte un episodio que viví en esa fiesta. Tocaron el timbre y, con Pablo, bajamos a abrir la puerta. Eran dos chicas y, como siempre, yo di muchos saltos para darles besos. No puedo evitar ser amable con la gente, cuando llega a casa. Y salto porque nadie se agacha para que la pueda besar. ¡Tengo una puntería! Siempre les doy un beso en la boca a todos. Me encanta. Bueno, pero a una de las chicas no le “encantó” precisamente. Empezó a los gritos y se escondió detrás de la puerta. Nunca la había visto antes y parece que Pablo tampoco porque se presentaron en ese momento. Era petisa, elegante y tenía anteojos. Logré entender que le pidió a Pablo que me encierre por tener pánico a los perros. Mi amigo me tenía agarrado del collar, a su lado, y ahí me quedé observando la situación. La otra chica no sabía qué hacer y daba explicaciones, mientras me acariciaba la cabeza y le decía a su amiga que yo soy mansito. “Encerralo”, volvió a decir la que ahora me pareció una enana desagradable y anteojuda. Y después agregó: “Sino, atalo”. Pablo me abrazó y le dijo: “De ninguna manera. Él vive conmigo y esta es su casa. Él te está dando la bienvenida y no te va a hacer nada. Si querés, entrá con nosotros y si no lo siento mucho. ¡Ay, me agarró una emoción! Por primera vez en mi vida entendí tan claramente lo que era el respeto. Eso me aclaraba mucho las cosas. En esta vida no se trata de quién manda más en la casa, sino de compartir y respetar. Miré a mi “room-mate”, me paré en dos patas y con mis dos manitos le tomé su brazo, como a él (y a todo el mundo) le gusta.
La chica creo que prefirió soportarme a verse sola un sábado a la noche, sin rumbo. Así que entró. Yo varias veces pasé a su lado, para molestarla un poco. Primero me miraba con odio; después me di cuenta de que me empezó a estudiar; y finalmente, para sorpresa de todos, me acarició. La petisa de anteojos elegante confesó públicamente: “Es la primera vez que toco a un perro”. Y, cuando se fue, auguró: “Gracias por todo porque, además, creo que le perdí el miedo a los perros”. Otra emoción más. ¿Vos decís que sirvo para zooterapia?
De todos modos, quiero contarte un episodio que viví en esa fiesta. Tocaron el timbre y, con Pablo, bajamos a abrir la puerta. Eran dos chicas y, como siempre, yo di muchos saltos para darles besos. No puedo evitar ser amable con la gente, cuando llega a casa. Y salto porque nadie se agacha para que la pueda besar. ¡Tengo una puntería! Siempre les doy un beso en la boca a todos. Me encanta. Bueno, pero a una de las chicas no le “encantó” precisamente. Empezó a los gritos y se escondió detrás de la puerta. Nunca la había visto antes y parece que Pablo tampoco porque se presentaron en ese momento. Era petisa, elegante y tenía anteojos. Logré entender que le pidió a Pablo que me encierre por tener pánico a los perros. Mi amigo me tenía agarrado del collar, a su lado, y ahí me quedé observando la situación. La otra chica no sabía qué hacer y daba explicaciones, mientras me acariciaba la cabeza y le decía a su amiga que yo soy mansito. “Encerralo”, volvió a decir la que ahora me pareció una enana desagradable y anteojuda. Y después agregó: “Sino, atalo”. Pablo me abrazó y le dijo: “De ninguna manera. Él vive conmigo y esta es su casa. Él te está dando la bienvenida y no te va a hacer nada. Si querés, entrá con nosotros y si no lo siento mucho. ¡Ay, me agarró una emoción! Por primera vez en mi vida entendí tan claramente lo que era el respeto. Eso me aclaraba mucho las cosas. En esta vida no se trata de quién manda más en la casa, sino de compartir y respetar. Miré a mi “room-mate”, me paré en dos patas y con mis dos manitos le tomé su brazo, como a él (y a todo el mundo) le gusta.
La chica creo que prefirió soportarme a verse sola un sábado a la noche, sin rumbo. Así que entró. Yo varias veces pasé a su lado, para molestarla un poco. Primero me miraba con odio; después me di cuenta de que me empezó a estudiar; y finalmente, para sorpresa de todos, me acarició. La petisa de anteojos elegante confesó públicamente: “Es la primera vez que toco a un perro”. Y, cuando se fue, auguró: “Gracias por todo porque, además, creo que le perdí el miedo a los perros”. Otra emoción más. ¿Vos decís que sirvo para zooterapia?
super lindo tu blog, muy buena idea.
ResponderEliminarerika