UNA VIDA SIN UN PERRO, ES UN ERROR

"LA GRANDEZA DE UNA NACIÓN Y SU PROGRESO MORAL PUEDE SER JUZGADO POR LA FORMA EN QUE SUS ANIMALES SON TRATADOS."
Mahatma Gandhi

NO USES PIROTECNIA

NO USES PIROTECNIA
Por favor, no usen pirotecnia. Los "cuetes" nos asustan, nos hacen mucho mal a nuestros oídos, nos desorientan y son la causa de que muchos perros y gatos se pierdan entre diciembre y febrero. Lo mismo les ocurre a otros animales, como las aves. Pensá en nosotros y en los múltiples problemas que pueden causar los fuegos artificiales. NO USES PIROTECNIA. Gracias. PD: Ah... Ponele chapita con número de teléfono a tu perro. Para esta época hay muchos perros perdidos a causa de la pirotecnia, por favor, si ves alguno no sigas de largo, ayudalo a encontrar a su familia.

jueves, 11 de marzo de 2010

Nos mudamos

Hola, diario. No te das una idea de las situaciones movilizadoras que viví durante las últimas 48 horas. Obviamente no pude escribir antes porque estaba todo guardado por “el guardador”. Después de esa situación traumática e inentendible en la que Pablo se puso a guardar todo, absolutamente todo, compulsivamente en cajas y bolsas, ocurrió lo más desconcertante. El timbre sonó muy temprano y nos habíamos quedado dormidos. Bajamos rápidamente y no sabés lo que había en la puerta... Un camión con dos forzudos que nos miraban amenazantes. Me preparé por si fuese necesario utilizar mis dientes, pero en un segundo me olvidé de mi intención defensiva y les salté para darles un beso a cada uno (no lo puedo evitar). Fueron amables, no nos pegaron. Me acariciaron la cabeza y le estrecharon la mano a Pablo. Pensé: “amigos nuevos”. Subimos con ellos y... ¡horror! Como si hubieran estado viviendo ahí con nosotros, comenzaron a tomar las cajas y bolsas y se las fueron llevando, de a una, al camión. Mientras, Pablo metió lo poco que quedaba en una bolsa: las sábanas, las almohadas, el cepillo de dientes y otras cositas sueltas. ¡¡Se llevaron hasta la cama!! ¿Adónde pensaba esta gente que íbamos a dormir a partir de ahora? ¡Qué situación desconcertante! ¡Y Pablo tranquilo, como si nada estuviera ocurriendo! En lo único que pensaba era en tener listos sus rulitos para no parecer un caniche cuando saliéramos a la calle. Yo no gano para sustos...

Diario, la casa quedó vacía. Va-cí-a. Sólo nosotros dos y montones y montones de pelusas, y bolas de pelos míos. Habrán tardado unos cuarenta minutos. Cuando se llevaron la última caja, me asusté. Pensé: “Ahora nos llevan a nosotros”. Yo no estaba dispuesto a que ninguno de esos patovicas* me cargara sobre sus hombros como hacen a veces con esos lechones muertos. Bueno, no nos cargaron a nosotros pero nos invitaron a seguirlos. Amablemente.

No lo pensé ni un segundo. Solo ahí, en medio de la nada no iba a quedarme. Creo que Pablo tampoco. Así que los seguimos.

Tenían un poco de olor. Creo que las cajas eran muy pesadas. Le lamí el brazo a uno de ellos y tenía gusto salado. Hubiera seguido, pero Pablo me retó.

Ya en la calle, subimos al camión. E-mo-cio-nan-te. Me costó subir, lo confieso. Pero dejé que me ayuden. Luego, puse mis patas sobre la guantera y miré al mundo desde ahí arriba. Autos, personas, perros y todo lo que habitualmente se mueve por la calle, fue observado por mí desde ahí, con mis dos patas traseras sobre la falda de Pablo y las otras sobre la guantera. Les caí simpático a los forzudos porque me dieron galletitas. Sentí el impulso de aprender a manejar. Me gustaría comandar uno de esos camiones enormes y sentir de a ratos, ahí arriba, que uno es fuerte y poderoso y no corre el riesgo de que le pisen la cola porque no lo ven o que lo pateen porque no les agradás. Pero no tengo manos como para aprender a manejar, ni tampoco camión, así que aborté la idea inmediatamente.

No viajamos demasiado... Bah... tampoco fue nada. Llegamos a unos 4 kilómetros, en otro sector de la ciudad. Un sector paquetísimo. Era temprano, así que mucha gente en la calle no había. Pero te puedo asegurar de que las veredas estaban mucho más limpias y el movimiento era mayor. Advertí que muchas de las personas que por ahí caminaban tenían algo de perro. Te preguntarás cómo me di cuenta... Porque caminaban erguidos y como oliendo para arriba. Sin dudas, eso indica que tienen un muy buen olfato. Me gustó.

Estacionamos en una avenida bastante ancha, como donde vivíamos, pero con menos negocios y más edificios. Me quisieron ayudar a bajar del camión, pero yo supuse que podría hacerlo solo. Me equivoqué. Me di un tremendo porrazo. Pero como soy valiente, me lo aguanté estoicamente. De pronto, me di cuenta de que Pablo sacó unas llaves y abrió la puerta de un edificio. Un señor lo saludó, dejaron la entrada abierta y los forzudos comenzaron a bajar nuestras cosas del camión.

¡Pero qué tonto había sido! ¡Ahí me di cuenta de lo que pasaba! Nos estábamos mudando a otra casa. En un breve instante metí la cola entre las piernas porque me enojé. ¿Cómo Pablo tomó esa resolución sin consultarme? Si vivimos juntos. Somos compañeros… Y no me dejó despedirme de Morena, ni de nuestros vecinos, ni de nuestra propia casa. Pero bueno, viste cómo soy, se me pasó enseguida.

Me paré frente a la puerta del ascensor, pero Pablo siguió de largo, por un extenso pasillo, hasta el fondo. Me gustó eso y corrí a toda velocidad, pero el piso estaba tan lustroso que resbalé.

No hubo que subir por ningún ascensor. Nuestro hogar estaba en la planta baja. Abrió la puerta y quise entrar primero yo. “¡Guauuu!”, dije. Era un sitio mucho mayor que el anterior. Con una habitación más, un baño enorme y un patio que tenía entradas al living y a la habitación. Te imaginarás que, mientras los grandotes dejaban nuestras cosas amontonadas, yo no dejé un solo rincón sin olfatear. Lo supe enseguida. Ahí vivió una pareja joven, pero mucho antes, una señora mayor que se murió en ese mismísimo lugar. De todos modos, no había peligro de fantasmas, ni malas ondas. El sitio se veía espléndido. Pablo me hablaba, pero yo no lo escuchaba. Estaba fascinado descubriendo esos nuevos olores que se mezclarían con los nuestros.

Cuando los tipos terminaron, Pablo cerró la puerta y corrió hacia el patio. Allí lo seguí. Tenía en su mano una de las pelotas con las que jugamos siempre. La arrojó de una punta a la otra y corrí a toda velocidad. Así estuvimos un buen rato hasta que quedamos extenuados, cagándonos de risa, en el piso, todos sucios. Creo que un nuevo capítulo comienza en nuestras vidas.

*Musculosos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario