Hola, diario. Ayer fue un día maravilloso. Ya nos amigamos
con Pablo y ahora nos volvemos a hablar. Se levantó de buen humor y, no sé por
qué, no fue a trabajar. Me dijo: “Hoy vas a conocer Disneylandia”. No sé a qué
se refería, pero era un día precioso como para conocer Disneylandia. Tomó la
mochila, guardó una botella de agua para él, otra para mí y tomamos la calle.
Lo único horroroso del camino es que pasamos por esa
horrible cárcel de animales y me puso los pelos de punta el olor a esos
monstruos que rugen.
De pronto, llegamos a una avenida enorme, enorme, enorme y,
cuando la cruzamos, vi algo impresionante, por primera vez en mi vida. Un lugar
donde todo era verde, con mucho pasto y lleno de árboles para mear hasta
cansarte. Pablo me dijo: “Esto para vos será Disneylandia”. Bueno, no sé si
Disneylandia será algo así como el Edén o algo donde el placer y la diversión
son una sola cosa, porque este parque era eso. ¡Qué felicidad, diario! Corrí
dando círculos, desesperado de la emoción. Luego busqué el palo más grueso y
fuerte y se lo di a Pablo para que lo arroje lejos para ir a buscarlo.
Estuvimos jugando así un buen rato. De pronto, luego de caminar por ese lugar
maravilloso, sin calles ni edificios, vi algo grandioso: un lago.
¡Cuánta belleza junta! No aguanté y salí disparado
corriendo a toda velocidad hacia él. Pablo se desesperó porque escuché que me
gritaba. No me importó y continué la carrera evitando frenar y... ¡Plaf! ¡Qué
placer! Ahí estaba yo nadando y disfrutando de esa agua en medio de la
naturaleza. Hasta era mejor que la piscina de Fernando. El lago es enorme y
sentís cómo unos pececitos muy pequeños te hacen cosquillas en los pies. Creo
que Pablo se quedó tranquilo cuando vio que me podía mantener a flote y que
estaba rebosante de felicidad. Por momentos, tragué un poco de agua y me dieron
arcadas, pero supe cómo dominar la situación. Lo mejor de todo eso es que la
gente que había por los alrededores se agrupó para mirarme. Y vos sabés lo que
me encanta que me miren. Así que hice todas las monerías que pude en el agua.
De pronto, se me ocurrió salir y sacudirme, mojándolos a todos. ¡Qué divertido!
Quise saltarle a Pablo y el muy cobarde salió corriendo para que no lo moje. Lo
perseguí hasta que lo atrapé y lo dejé todo empapado. Luego... ¡al agua otra
vez!
Después de un buen rato, me tuve que quedar tirado al sol
para secarme y descansar de tanta exitación.
Así pasamos toda la tarde, caminando entre lagos, mucho
césped y árboles que ya empiezan a quedar desnudos por el otoño.
Cuando volvimos, obviamente, el obsesivo de Pablo me metió
de cabeza en la bañera para sacarme el barro y la mugre acumulada.
Me eché un rato a sus pies y me puse a reflexionar. Los
perros deberíamos vivir todos en un lugar así, donde poder correr hasta
cansarnos y disfrutar de la naturaleza. No entiendo por qué a las personas les
gusta vivir en el cemento.
Miré a Pablo a los ojos y le pedí que, por favor, volvamos
muchas veces a Disneylandia, desde ahora, mi lugar favorito de placer y
diversión.
vISTES QUE LINDO !!!!!!!!!!!! TE TIENE QUE LLEVAR MAS SEGUIDO SINO PEDILLE A TU PRIMA!!!!!! BESOTOTES
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