Nota publicada en el blog de Moira Soto: "Damiselas en apuros"
(click para entrar al link)martes, 10 de mayo de 2022
Francisco, un señor perro
domingo, 19 de enero de 2014
sábado, 18 de enero de 2014
El adiós a Francisco
Comenzó a pesarle la edad hace un tiempo, cuando sus abuelos humanos y su hermano gato murieron. Por eso dejó de escribir un poco. Ya no tenía tantas aventuras. Y a su hermano humano la tristeza la quito la creatividad.
Quedaron muchas historias por publicar en su diario. Le prometí que iban a convertirse en libro antes de que él se fuera de este mundo. No pude cumplir con mi promesa, pero con su diario él se sentirá siempre orgulloso, moviendo la cola, como de costumbre. A los que seguían su diario, juro que nos volveremos a encontrar. Les agradezco la fidelidad y el amor con él.
Nuestro perro reía. Estoy seguro. No sólo cuando le rescábamos la panza o jugábamos a atraparlo, reía cuando el amor sucedía. Cuando llegó a casa era un duque y enseguida supe que era especial. Sabía hablar con los ojos, sabía entender de sentimientos, de guiños, de emociones. Supo unir, supo enseñar, supo educar, supo dar tanto amor como nadie puede imaginarse. La vida sin un perro es un error, lo reafirmo. Cuando nos conocimos le dije: "Juntos para siempre". Será así, por toda la eternidad. Ya nos volveremos a encontrar. Te amo y te voy a extrañar mucho, Francisquito mío.
lunes, 29 de abril de 2013
DÍA DEL ANIMAL
martes, 19 de febrero de 2013
Error de cálculo
Obsesión
sábado, 15 de septiembre de 2012
Adiós, hermano
Hace dos meses Nestitor empezó a estar un poco raro. Seguía haciendo su vida normal, pero adelgazando mucho. Pablo también se preocupó y lo llevó al veterinario. Ahí ya no te puedo contar con detalles porque viste que los humanos no te dicen nada, tenés que darte cuenta. Sólo que ese día, volvió llorando. Fueron muchas las veces en las que metían a Nestitor en un bolso y se lo llevaban. Se ve que Pablo me vio preocupado y un día me permitió ir con ellos. Confirmé que iban todos los días al veterinario. Lo subían a Nestitor a esa mesa de metal espantosa y fría para pincharlo y pasarle agua por un tubito que, a su vez, colgaba de una bolsa. No entendí por qué. Qué estupidez esa de que te den agua por un tubo pinchándote el lomo... Si yo lo veía siempre a Néstor bebiendo de nuestro tarro de agua, lo más pancho. Una vez se lo llevaron y tardó cinco días en regresar. Me preocupé mucho. También me enojé y me puse celoso, lo admito. Pablo estuvo ausente mucho tiempo y sólo se abrazaba a mí para compartir su tristeza.
Cuando Néstitor regresó de esa ausencia, comenzó a estar un poquito mejor... pero sólo unos días. Volvió a empeorar y cada vez se puso peor. No te voy a dar detalles, diario, porque es muy triste. Sólo te voy a contar que ayer se murió.
Con Pablo estuvimos varias horas acostados con él adentro de un placard (donde se refugiaba los últimos días). Él le hacía mimos, yo lo observaba. Hasta que llegó un momento que duró varios minutos, en el que Néstor empezó a despedirse definitivamente. Nunca voy a olvidar esos minutos, que se hicieron siglos. Lo acompañamos hasta el final y Pablo le habló muchísimo.
Primero Raúl, ahora Nestitor. Ya sé lo que es la muerte. Ahora en casa confirmé bien de qué se trata eso de pasar un umbral.
Estoy muy triste, diario, muy triste. Néstor fue el mejor gato del mundo. Fue mi hermano gato, el que yo mismo elegí en la placita y con el que corríamos sin parar luchando hasta quedar exhaustos. Como escuché que dijo Pablo: Néstor era el gato más dulce y bueno del universo.
Esta primera mañana se me hizo muy difícil. Faltaba uno. Pero enseguida pensé que ahora Néstor volvió a correr, sólo que tiene ventajas. Ahora podrá volver a treparse adonde quiera. Tal vez a lo más alto que haya pretendido jamás. Y era tan libre y curioso que hasta podrá hurgar dentro de nuestras propias almas, atrevido como era él. Con sus patitas irá amasando nuestros corazones por todo lo que nos quede de existencia, hasta que nos reencontremos. Sus ojazos ven más allá de todo. Te voy a extrañar mucho hermano. Chau.
martes, 17 de julio de 2012
Juegos
martes, 12 de junio de 2012
Estoy mayor
* Pereza.
martes, 6 de marzo de 2012
Pequeño tratado sobre el pis
Hola, diario. Pasan los años y sigo sin entender algunas actitudes y costumbres de los seres humanos. Algo que me preocupa de Pablo es cómo no puede disfrutar del placer de hacer pis varias veces y en distintos lugares. Siempre veo que hace pis de un saque, en el mismo lugar: el inodoro de casa. No es la forma. El pis hay que administrarlo. De ese modo se disfruta más y le hacés saber a todos los del barrio y posibles visitantes que ése es tu territorio y no estás dispuesto a cederlo tan fácilmente. Yo sé que él a veces se cansa cuando me saca a pasear, porque -modestamente- soy un perfecto administrador del contenido de mi vejiga. Tiene que durar todo el paseo, y en ese sentido, Pablo sabe respetar mi derecho adquirido y me hace pasear por lo menos dos manzanas o veinte minutos de plaza. Y por otra parte, soy muy selectivo con los árboles que voy a piyar*. Cada árbol, para un perro, es como el diario que lee Pablo todos los días. Si olfateás cada árbol te enterás de lo que les está pasando a todos los perros del barrio. Pero hay que ser cuidadoso. Así como no podés escribir encima de lo que está escrito porque no podrías seguir leyendo, no podés mear tanto en árboles que tienen demasiadas marcas. Sí, sí, sí... reconozco que soy muy obsesivo con eso. Tengo un par de árboles favoritos, que no puedo dejar de piyar. Luego, analizo. Si pasaron muchos por allí, prefiero obviarlos. Me da un poco de bronca no poder hacer pis muy seguido en el ceibo que está en la mitad de nuestro paseo habitual. Es que todo el mundo quiere mear ahí. Para qué desperdiciar un chorrito en el árbol de mayor circulación, si vas a pasar desapercibido.
sábado, 25 de febrero de 2012
Porteros
Hola, diario. Hoy quiero hablar de los porteros. Pueden llegar a ser el peor enemigo del perro.
viernes, 17 de febrero de 2012
Verano
Hola, diario. Que hace calor en Buenos Aires no te lo tengo que explicar. A veces saco tanto la lengua que tengo miedo de que se me caiga y se pierda. Es tremendo. En la calle el sol pega tan fuerte que debo caminar rapidísimo para no quemarme las patitas. Si encuentro un charco, por más inmundo que esté, meto las patas adentro para remojarme. El calor es insoportable para mí, que soy un perro de pelo en pecho. Encima, Pablo prefiere sudar una catarata antes que instalar en casa esas máquinas que conozco muy bien de algunos negocios, que largan un aire bien fresco y te apagan un poco el fuego. Encima, le gusta el aire libre... en estos días de verano. ¿Vos lo podés creer?
sábado, 28 de enero de 2012
Uf... al veterinario
Hola, diario. Qué fastidio me da ir al veterinario. Te juro que detesto a ese melenudo que se hace el bueno y te tortura mientras vos temblás como un lavarropas. Hace unos días que siento algo raro en la pancita. Pablo no se daba cuenta, pero tenía unos retorcijones impresionantes. No sé qué me habrá caído mal. Temo que puede haber sido ese festín que me di cuando abrí con los dientes las bolsas de basura de la puerta del supermercado chino, mientras Pablo hacía las compras. Era tan rico que, con pensarlo, se me va el dolor de panza. La cosa es que, me molestaba tanto la pancita que comencé a hacer pis en casa. Una o dos meaditas. No podía aguantarme. Los primeros días, Pablo me retó y me puso en penitencia. Pero como yo tengo una paciencia sin límites, esperé a que se de cuenta de lo que verdaderamente me pasaba. Es que los seres humanos son muy lerdos, diario.
lunes, 26 de diciembre de 2011
Festejos
¡Feliz
Navidad, diario! ¡Qué manera de comer estos días! Amo las fiestas de fin
de año. Por varias razones. En primer lugar, te permite estar con tooooooda la
familia y recibir muchísimos mimos casi en forma constante. En segundo lugar,
ligás todo tipo de sabores y texturas de comida.
Pasamos la Nochebuena en la casa de María Elena, la hermana
de Pablo, a quien adoro aunque siempre me abrace y me apriete como si fuera un
dentífrico. Pablo me vistió con un ridículo adorno navideño en mi collar. Te
juro que me daba muchísima vergüenza e hice todo lo posible por quitármelo.
Pero no pude. Lo miré a los ojos diciéndole: “¿Por qué no te colgás vos esta
pelotudez en el cuello?”. Bueno, me lo tuve que bancar... aunque después me
gustó. Todo el mundo, por la calle, hacía comentarios sobre mi collar navideño.
Me sentí importante y vistoso.
Bueno, una vez ataviado así, Pablo se acomodó los rulos y
comenzó a guardar muchos paquetes dentro de distintas bolsas. También vi que
sacó cosas de la cocina con unos riquísimos olores y las guardó en otras
bolsas. En conclusión, salimos a la calle llenos de bolsas que rodeaban a Pablo
como si fueran apéndices de su cuerpo y me impedían un paso normal porque se
enredaban en la correa. Diario: estuvimos por lo menos media hora parados como
idiotas en la esquina de casa esperando un taxi. Ninguno nos quiso parar. No
creo que haya sido por mí ya que estaba bañado y lindo. Debe haber sido porque
les dio miedo el hombre de las bolsas. En definitiva, tuvimos que emprender el
camino a pie. Yo no tengo problemas, aunque tanto paquete molestaba un poco.
Pablo sudaba como nunca lo vi en mi vida. Caminamos 3 kilómetros hasta llegar a
la casa de María Elena. Más que para festejar, Pablo estaba como para irse a
dormir. Y yo más o menos... Ya en la puerta de nuestro destino, sufrí mi primer
disgusto de la noche. El edificio de la casa de mi tía humana y su familia
tiene rejas oblicuas antes de la puerta de entrada, en el pórtico. La última
vez que los visité, pude escabullirme entre las rejas para saludarlos antes que
pudieran abrirlas. Esta vez no pude pasar. Mi propio cuerpo no me lo permitió.
¡No entraba, diario, no entraba! Tuve la misma sensación de frustración que
sintió Pablo hace unos meses cuando se probó un pantalón y no podía abrocharse
el botón. ¡¡Engordé mucho, diario!! Bueno, tuve que anular ese primer
sentimiento frustrante y esperar a que nos abran. Luego de eso, todo fue
diversión. Todos hicieron comentarios sobre mi atuendo navideño, me palmearon y
jugaron conmigo. Yo fui directo al cuarto de los chicos y me afané un osito de
Vero, unas medias de Juan que estaban debajo de la cama y unos calzoncillos de
Gaby. Obviamente, Pablo se escandalizó, pero no me importó. Comimos todos a la
mesa, nos pusimos tristes cuando recordamos a Raúl y revivimos inmediatamente
por la presencia de los nuevos bebés en la casa.
De lo que comí, reconocí carnes de cinco sabores
diferentes, zanahorias, un par de panes que se les cayeron al piso y atrapé, y
unas gotas de cafecito que pude tomar gracias a Fina, ante un descuido de
Pablo. Sí, ya sabía que al día siguiente me iba a doler la panza, pero la
ansiedad por el morfi es más fuerte que yo. Además, pensé en que luego
podríamos bajar todos los kilos de más con la caminata de regreso a casa.
El segundo disgusto de la noche fueron esos ruidos
estruendosos que se escuchan en un momento determinado. Pensé en el pobre
Néstor, que estaría en casa debajo de la cama. Panchita, la gata de María Elena,
se refugió en la bañera, y yo lo hice debajo de la mesa, entre todas las
piernas de la familia. Un espanto esos ruidos. Te enloquecen, te dejan medio
sordo y te desconciertan. ¿Qué placer les causará a los seres humanos hacer ese
simulacro de guerra en plena ciudad? Por suerte, en la familia preferimos
disfrutar riendo, bebiendo y comiendo a lo pavote. Terminé panza arriba, con
una mano que me acariciaba la cabeza, otra que me rascaba el mentón y un pie
que me amasaba la pancita. Dar y recibir amor. Esto es vida.
Brindo por los que me siguen siempre.
jueves, 8 de diciembre de 2011
Paseo nocturno
Hola, diario. Viste que yo soy un chico de rutina. Y una de las rutinas que no cambiaría por nada del mundo es la de mi paseo nocturno. Aunque llegue muy tarde, antes de acostarse, siempre Pablo me lleva a dar un paseo nocturno. Lo hemos hecho incluso cuando él tuvo fiebre. Ese día, recuerdo, lo obligaba a caminar rápido porque tenía miedo de que se muera de moquillo. Nuestro paseo nocturno es lo más. Yo lo espero ansiosamente. A lo mejor no tengo tantas ganas de hacer pis porque antes me hice una meadita en el patio, pero es el momento, la situación. Solos con mi mejor amigo, caminando por la inmensidad de la noche sin temor a nada. Yo siempre voy unos metros adelante, porque es mi deber protegerlo (recordemos que no soy gordo, sino musculoso). Y a cada instante me volteo para ver si él me sigue y está bien. Voy tan feliz en ese paseo que, por momentos, no puedo evitar mover la cola. Olfateo todo y de ese modo me entero de cada detalle, cada cosa que ocurrió en el barrio durante el día. Me siento como espiando la vida con el ser humano que elegí para vivir en este mundo. Y juntos, corremos ese velo oscuro que es la noche para hacer nuestro preludio del sueño de la mejor forma: con felicidad, mucho amor y, sobre todo, tranquilidad. Te aseguro, diario, que aunque haya sido un día difícil, llegamos a casa tan relajados que me voy a dormir sin otro deseo de agradecer a la vida y desear que esta felicidad sea eterna.
miércoles, 7 de diciembre de 2011
Todos podemos tener un golpe de suerte
Hola, diario. Estoy chocho. Vuelvo a confirmar que todos podemos tener un gran golpe de suerte. Si Nelson aquel día no hubiera encontrado a Pérez en la basura, hoy sería abono de yuyos. Pero lo trajo a casa, lo cuidamos unos días y hoy tiene una familia. Vive con Sole y Jota, dos amigos de Pablo. Lo mejor de todo es que parece que salió de esa pecera en la que vivía, con su ruedita pedorra y ahora tiene un parque de diversiones propio. Escuché también que Sole y Jota le permiten pasear sueltita por la mesada de la cocina, sin intenciones de comérsela. Ah... estoy hablando en femenino porque llevaron a Pérez al veterinario y, cuando lo revisó, se dio cuenta de que no podía llamarse así. Ahora su nombre es Pereza. Es una... ¿hamstera? Bueno, la cosa es que de casi ratón pasó a ser casi ratona. De ser casi basura pasó a vivir en una casa de lujo.
Chicos, cuando pierdan la esperanza recuerden: siempre podemos tener un golpe de suerte que cambie nuestras vidas. Yo también lo tuve.
Pérez adoptado
domingo, 20 de noviembre de 2011
Me pareció ver a un lindo gatito
Hola, diario. Estoy preocupado. Yo estoy casi seguro de que
Néstor no sería capaz de comerse a Pérez. Pero el “casi” me preocupa mucho.
Néstor se pasa horas y horas observándolo. A Pérez no le molesta, lo mira de
reojo y sigue comiendo o cavando galerías en el poco espacio que tiene para
vivir. Y a Néstor no le importa otra cosa que sentarse a observarlo.
Yo quisiera pensar que no convivo con un asesino, ¿no?
PD: Como de costumbre, Pablo se está encariñando. Lo pesqué
que levantaba la tapa de la pecera y le rascaba la cabeza con el dedo a Pérez.
Creo que si se encontrara una araña, se encariñaría también.
sábado, 19 de noviembre de 2011
Eramos pocos y faltaba Pérez
Hola, diario. Vos sabés muy bien cómo me irrito cuando
Pablo confunde nuestra casa con un refugio en zona de riesgo. Las veces que me
habrá tocado convivir con otro perro mugriento porque a él le partió el
corazón. Hace poco trajo una gatita bebé. Por suerte estuvo sólo tres horas
porque corría el riesgo de ser degollada por una uña de Néstor. El rubio estaba
furioso. Celosísimo. Para él, con los perros todo bien, pero no le traigas otro
gato porque se pudrió todo. Finalmente, se la quedó el portero del edificio y
hoy observa a Néstor desde el noveno piso. Espero que no intente planear.
Anoche llegaron a casa Pablo y Nelson con otro ser vivo. No era ni un
perro ni un gato ni una paloma. Era pequeñísimo y estaba adentro de una pecera
de vidrio. Algo inquieto, desconcertado y te diría preocupado. Pablo me dijo
que esa clase de bicho se llama “hámster”. Debe ser alguna marca importada de
rata. “Este es Pérez”, me dijeron. El asunto es que Pérez se para en dos
patitas y apoya sus manitos en la pecera. Me vio y no pareció sorprenderse.
Según escuché, lo encontraron entre la basura del edificio donde vive Nelson.
Parece que alguien se “aburrió” de contemplar a Pérez y no se le ocurrió mejor
idea que abandonarlo ahí.
Me morí de la emoción cuando me avivé que adentro de la
pecera había una ruedita muy simpática sobre la que Pérez se sube y comienza a correr
sin parar. Está apuradísimo, pero no sé muy bien a dónde quiere llegar. Te matás
de risa. Me hubiera encantado largar una carcajada, como hace Pablo cuando se
divierte. Mi cola se convirtió en un ventilador de cómo se movía.
Otra cosa muy graciosa que hace es comer sin parar. Se mete
mucha comida en la boca, muchísima, casi tanta como el tamaño de su cuerpo y la
guarda en su buche. Se la queda un muy buen rato y luego la regurgita, para
comérsela. Un bicho raroooooo... Hay formás más fáciles de tragar.
La preocupación de Pablo y Nelson era cómo poner a Pérez
lejos de Néstor. Aunque no me lo cuenten me doy cuenta de que los gatos son
capaces de convertir en cena a un bicho como este. Pusieron la pecera donde
vive Pérez arriba de un mueble. Antes de que se relajen, sin que se den cuenta,
Néstor apareció olfateando el aire con mucha curiosidad. De repente, pegó un
salto y subió a una silla para observar a Pérez. No se lo quiso comer, aunque
supongo que es porque no puede y está protegido por esos vidrios. Pero lo
observa muchísimo y está muy preocupado por el nuevo habitante de la casa.
Pablo y yo también.
viernes, 4 de noviembre de 2011
Gente
Hola, diario. Hoy estoy bajoneado. Es que estuve reflexionando mucho sobre los humanos, en general. Tantos años en esta vida en medio de las personas me han enseñado a entenderlos perfectamente. Sus palabras, sus gestos, sus tonos... La combinación de mi vista, oído y olfato son perfectas. Bueno... casi perfectas. Creo que nunca voy a entender sus actitudes. He visto casos en los que no soportan su felicidad, otros en los que pueden cruzar sentimientos casi opuestos, otros en los que se pelean los que se aman. Estuve pensando eso nomás. Me gustaría mucho poder darles a los humanos un curso en el que aprendan todas las virtudes que tenemos los perros: tolerancia, paciencia, paz, amor incondicional. Lo haría gratis y ni siquiera habría que hablar, eso los pierde a los humanos. Sólo nos miraríamos a los ojos.
martes, 1 de noviembre de 2011
Amabilidad
Hola, diario. Hoy, la chica del bulldog con pintitas me dijo que era un asqueroso cuando me acerqué a olfatearle el culo a su perro. Me quedé mirándola, desconcertado por su actitud. Levantó el dedito y me repitió una y otra vez: "Asqueroso, asqueroso, eso no se hace". Nos miramos con el bulldog comprendiéndonos, me di media vuelta y salí de su radio intolerante.
domingo, 30 de octubre de 2011
ESTOY DE REGRESO
Hola, diario. Te preguntarás por qué estuve alejado un tiempo de las letras... Me visitó la tristeza, diario. Saúl fue un gran compañero en la vida y su partida me dejó un poco frágil. Pero luego de miles de suspiros, algún que otro dolor de panza y varias visitas al veterinario (que incluyeron homeopatía canina), aquí estoy: dispuesto a seguir contándote mi vida. A PARTIR DE MAÑANA, ME TENÉS DE REGRESO.
sábado, 6 de agosto de 2011
El gato volador
Hola, diario. Hace días que me pregunto por qué los perros
no tenemos la agilidad de los gatos. A veces me da una envidia ver todo lo que
logra Néstor gracias a su agilidad... Puede pasar horas a metros del piso y
sólo baja cuando se le antoja. Le encanta caminar por encima de todos los
muebles y tiene una habilidad tremenda para esquivar cada uno de los adornos
que están sobre ellos, sin derribar ninguno. Bueno, excepto al chino de madera,
como te conté. Pablo puede dejar la mesa llena de copas y botellas que Néstor,
sigiloso, puede avanzar por todas ellas sin tirar ninguna. También se trepa a
la reja del patio y sube al primer piso para visitar a los vecinos. Tiene
suerte de que a ellos les gusten los gatos. Me da tanta envidia esa agilidad.
Si yo intentara treparme a la mesa como hace él, se me iría todo a la mierda en
dos segundos. No domino el cuerpo. No sé si este gato hará pilates o algo así,
pero tiene un cuerpo acrobático que logra doblar todo. Uno de los juegos que le
encantan es cuando Pablo arroja hacia arriba, una ratita de juguete. Él salta
en forma vertical, como si tuviera resortes en los pies, para atraparla. ¡Hasta
hace piruetas en el aire! Debería trabajar en un circo.
Un día en que yo estaba un poco malhumorado y no soportaba
que Néstor sea feliz, le jugué una mala pasada. Cuando el muy pillo estaba
esquivando todas esas estatuillas que, tan cuidadosamente, Pablo tiene
acomodadas sobre el mueble de madera más alto, junté aire en mis pulmones y
lancé tres ladridos potentes. Néstor salió corriendo del susto y no quedó una
sola en pie. Lo peor de todo eso es que Pablo me vio. En vez de retarlo* a él,
me gritó como si fuera un mal hermano. Y sí, a veces lo soy. Soy tremendamente
celoso.
*Retar, regañar.
martes, 12 de julio de 2011
Espera junto a la puerta
Si supiera que lo espero junto a la puerta.... No lo sabe. Cuando él se va algo falta. Sé exactamente el tiempo que tardará en volver. Y pienso en las contadas cosas que puedo hacer mientras sucede esa espera. No puedo hacer demasiado porque estaré ocupado esperando. Me lleva mucho tiempo quedarme ahí, echado, oliendo y parando las orejas para percibir esas sensaciones que se cruzan por mis sentidos para perturbar la espera, para distraer. Pero yo no me muevo. Hasta dejé mi marca en la pared blanca. De tanto echarme allí, quedó una mancha gris. Aunque sé muy bien que la espera es de otro color. La espera es esperanza, es amor, es ese tiempo vivo (no muerto) que se compensa con la llegada.
jueves, 7 de julio de 2011
Malcriado
miércoles, 6 de julio de 2011
Beber el agua prohibida
sábado, 28 de mayo de 2011
Escondidas
martes, 24 de mayo de 2011
Regalitos
viernes, 29 de abril de 2011
Feliz Día del Animal
Hola, diario. Ayer estuve tratando de descifrar un poco una conversación que tenían unos amigos de Pablo y eso me llevó a pensamientos filosóficos. Parece que hablaban de alguien que no era buena persona, porque la nombraban y arrugaban la nariz y el ceño. Luego noté que uno de ellos exclamó: "¡Es una perra!". Miré para todos lados y no había ninguna por ahí... Luego los demás repitieron cosas como: "¡Sí, es una terrible perra!". Y me di cuenta de que no hablaban de ningún animal, sino de una persona a la que le decían perra a modo de insulto. Me sentí muy ofendido. Me pegué media vuelta y me fui a descansar y a recapacitar en mi sillón favorito.
sábado, 23 de abril de 2011
Restos
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jueves, 31 de marzo de 2011
Travesuras gatunas
Hoy Néstor amaneció colgado de la persiana. Parecía uno de
esos muñecos que se pegan en los vidrios y no se salen más. Todo estirado, como
crucificado, pero moviendo la cabeza para atrás viendo cómo bajar. Pablo se
despertó por los maullidos y no entendía nada. No sabía si asustarse o largar
una carcajada. La verdad es que era graciosa la posición, con los brazos en
alto y las piernas colgando. Cuando lo bajó, salió corriendo del susto a
esconderse. Yo te cuento cómo fue porque lo venía vigilando desde antes de que
Pablo se despierte. Madrugó y estaba aburrido, entonces se puso a recorrer la
casa, así haciéndose el sigiloso, como siempre. En un momento se paró frente a
la persiana, que estaba baja hasta el piso porque a Pablo le molesta la luz del
día cuando duerme. La observó y no vas a creer lo que empezó a hacer: puso sus
patitas delanteras en cada una de las tablas de la persiana y comenzó a trepar.
Como si fuera una escalera. No sé qué le pasa a este chico... se cree cucaracha
que puede caminar por las paredes. Claro... llegó arriba de todo y ya no supo
bajar, así que clavó sus uñas y se quedó ahí colgado.
Néstor es muy travieso. Hace cosas que yo no haría (como
colgarme de la persiana, por ejemplo). Como tiene esa habilidad envidiable de
saltar muy alto y treparse por todos lados, se cree que tiene derecho a la
investigación en las alturas. Todo quiere oler. Todo quiere recorrer. Camina
entre los libros de Pablo con habilidad de equilibrista. También lo hace entre
unas estatuas de adorno, que están sobre un aparador. Deambula en zigzag entre
ellas sin moverlas... hasta que llega a un chino de madera. No lo quiere. Lo
empuja con la patita y el chino queda dando vueltas sobre su base redonda.
Escuché a Pablo un día, cuando regresó del trabajo, que dijo: “Este chino está
vivo”.
Pablo le compra unas ratitas de juguete. Puede pasarse toda
la tarde corriéndolas, revoléandolas por el aire. A veces me da bronca que se
divierta tanto y se las destrozo con los dientes (odio que no me presten
atención a mí). Sino, Pablo le hace pelotitas de papel y puede pasar horas
jugando con ellas. No se cansa nunca. Tiene una energía envidiable.
Pero es tan inquieto que tengo miedo de que sus travesuras
lleguen más lejos y me echen la culpa a mí.
miércoles, 23 de marzo de 2011
Pequeño manual para que no te pisen
martes, 15 de marzo de 2011
Pichín
martes, 8 de marzo de 2011
Niñez
Hola, diario. No sé cómo hacer para explicarle a este chico Néstor que mi abrigo de invierno no es su mamá. Desde que llegó está obsesionado con transformar en su mamá a todo lo que tiene pelos. Demás está decirte que lo quiso hacer conmigo, pero lo saqué cagando. Le tengo cariño y me provoca ternura, pero de ahí a dormir con un gato... a sufrir ese bochorno, de ninguna manera. Un día estaba yo acostado pensando en la nada, y se me acerca Néstor con rostro entre voraz y dulce. ¡Podés creer que, con sus patitas delanteras, empezó a rascarme la panza, así como si estuviera haciendo un paso de hiphop! ¡Me pinchó! ¡Tiene las uñas muy afiladas!
Luego hizo lo mismo con Osito 8, hasta que se acostó encima y comenzó a mamar la leche que Osito no tenía. Ahí me di cuenta de lo que le pasaba. Extraña la teta de su mamá. Pobre pibe. Otro huérfano más en este mundo. Y bueno... bienvenido al club. Ahora Pablo, que es medio huerfanito, Néstor y yo.
Como Osito 8 le resulta un poco incómodo, ahora tomó a mi abrigo de lana como su madre. Hace la misma ceremonia. Apoya sus manitos, y comienza a amasar la lana, hasta que se acuesta sobre ella y comienza a chupar. Pobre pibe. Me da una ternura... Me paro a su lado y trato de explicarle con la mirada que eso es inútil, que no es su mamá y que no va a sacar nada más que pelusas, pero bueno, no entiende.
Yo no recuerdo cuándo dejé de tener mamá. Ni tampoco cuándo dejé de ser chico. Trato de hacer memoria y recordar, pero es inútil. Algún día, mi mamá no estuvo más. Ahora que lo veo así a Néstor me dan ganas de volver a verla. Y también me dan ganas de recordar cuándo fue que crecí. No sé si fue un día que me desperté y ya estaba así de grandote o fue la sobrealimentación que me dio Fina. Creo que fue sin querer que crecí. Así sin darme cuenta.
Uno no debería perder la memoria de estas cosas. Uno debería prestar atención al crecimiento, para poder conservar un poco de inocencia, de frescura. Voy a tratar de que Néstor crezca muy de a poco. Ya está. Lo voy a educar yo. Quiero que, dentro de unos años, sea un gato de pelo en pecho, pero que conserve esa capacidad de sorpresa permanente que tiene. Espero no olvidarme.
miércoles, 16 de febrero de 2011
Un chau no es un adiós
Hola, diario. Hoy es un día triste. Tal vez más triste que
el día que se murió Zsá Zsá o que aquel día en que Pablo volvió a casa y tuve
que consolarlo durante unas cuantas horas.
Hace tiempo que Raúl no estaba bien. Ya no me venía a sacar
a pasear como siempre. Quien venía a casa a mimarme cuando Pablo no estaba eran
sus sobrinos o Fina.
Un día, fui a la casa de Fina y Raúl y lo encontré a él en
la cama. No se movía mucho, pero me dejaron acostarme con él y darle muchos
besitos en la pelada. Supe que no estaba bien, por eso, me molestaba mucho cada
vez que alguien se le quería acercar a él.
Eso pasó durante varias semanas. Un día, vino el
veterinario a querer tocarlo y le gruñí. Tanto que tuvieron que sacarme de la
habitación. Nadie iba a meterse con mi abuelo humano. Raúl no tenía moquillo,
sólo tenía mucha edad. Tal vez 18 años… o 20… ¿o hasta 25? Eran muchos años y
creo que le cayeron todos encima y lo estaban aplastando. Entonces, ¿para qué
un veterinario? En cada visita me ponía muy nervioso porque tenía mucho miedo
de que quisieran sacrificarlo.
Cada vez que nos íbamos de la casa de Fina y Raúl, Pablo me
decía: “Saludá a Raúl”. Y yo pegaba un salto sobre la cama y le lamía la
pelada. Eso se convirtió en un ritual. Y él me devolvía el saludo con esa
sonrisa enorme que te acariciaba el alma.
Pero con el tiempo noté que Pablo ya no me llevaba a la
casa de sus padres con frecuencia y, cada domingo (viste que yo sé identificar
los domingos), él regresaba invadido por la tristeza.
Ayer ocurrió algo extraño. Inolvidable para mí. Tuve un presentimiento.
Algo que me envolvió el cuerpo en una especie de capa helada. Pablo estuvo
ausente todo el día y tuve que aguantarme las ganas de hacer pis durante largas
horas. Pero supe que algo muy malo estaba pasando para que ocurriera eso. Pablo
regresó a la madrugada. Me abrazo y comenzó a sacar agua de sus ojos casi sin
parar. Le lamí las lágrimas, pero éstas parecían no tener fin. Imaginé lo que
había ocurrido. Salimos a pasear en silencio. Sigilosos. Con el alma acorralada
por nuestro corazón.
Luego se bañó y, al poco tiempo, volvió a salir. Triste.
Pasaron las horas, la preocupación, las teorías... hasta
que sentí las llaves en la puerta. Era Carolina, una de las mejores amigas de
Pablo. Me saludó muy afectuosamente, tomó la correa y me sacó a pasear. Pero
luego de pasear, me hizo subir a su auto. No tenía los colores del taxi. Era un
auto propio. Tenía el olor a dos perras de distintos tamaños y prácticamente la
misma edad. Viajamos unos 30 minutos y llegamos a un lugar. Un lugar especial.
Supe qué sitio era. Sentí los olores, las presencias, las energías… sentí el
umbral de la vida.
Subimos las escaleras y allí estaba reunida toda la gente
que conocí durante mi convivencia con Pablo. Si no fuera porque una pulga hacía
un orificio asesino en una de mis nalgas, hubiera pensado que estaba en una
especie de limbo donde todos vinieron a saludarme. Pero no, no era yo el
protagonista. Avancé sigilosamente entre todos ellos, saludé a los que pude,
hasta que vi a Pablo. Lo abracé, como siempre, y estuvimos un largo rato así. A
él le brotaba el agua por los ojos. Igual que a algunos de los demás. Mi olfato
sabía que Fina estaba por allí. La encontré y me abalancé sobre ella. También
lloraba mucho. Giré sobre mí mismo en el piso para permitirle que me rasque la panza,
algo que a ambos nos fascina. Es nuestro código. Luego la seguí hacia donde
iba. Allí un aroma me resultó conocido. Era familiar, pero extraño. Un olor que
fue cotidiano pero que había mutado y aún podía reconocerlo. Hasta que lo
descubrí. En una especie de caja larga, enorme, estaba descansando el cuerpo de
Raúl. Pude olerlo. Me erguí en mis dos patas traseras, apoyé mis patas
delanteras en la caja y vi que allí estaba, tieso, inerte, sin vida. Era la
carne donde había habitado Raúl, que ya no estaba ahí.
Me visitó la tristeza. Me dio un gran escalofrío y una
mezcla de alivio de saber que su agonía había terminado. Por eso me quedé,
vigilante, tieso, cumpliendo mi labor de “amigo para siempre”, debajo de esa
caja alargada. Allí estuve un largo rato, en silencio, percibiendo, recordando,
intercambiando mi energía con esa que rondaba, que se alejaba y no terminaba de
hacerlo.
Pasé largas horas en ese lugar, recibiendo con cordura a la
gente que llegaba y sin despegarme de Fina, de Pablo y de lo que había sido mi
viejo Raúl.
Cuando sentí el agotamiento, me volví a recostar debajo de
la caja larga y me puse a pensar en él, en su sonrisa eterna, en sus
palmadas (siempre que me acariciaba me palmeaba el lomo), en sus silbidos… Raúl
cantaba o silbaba cada vez que me sacaba a pasear. La gente lo miraba, pero a
él no le importaba. Cantaba en voz alta, orgulloso, divertido. También me
hablaba mucho. Cosas muy rápidas, en una jerga de humano adulto que no lograba
entender del todo pero que veneraba. Sus confidencias me hacían sentir
importante. Me sentía su amigo íntimo. Luego, cuando se cansaba, encendía el
televisor, se quedaba dormido y yo hacía lo mismo, tendido a su lado. Así
podíamos pasar horas.
Con Raúl compartíamos una intimidad tan alegre, tan simple,
que me hizo entender que la vida puede ser placentera y feliz incluso cuando la
persona que más amás no está a tu lado.
Físicamente sé que mi abuelo humano se fue para siempre y
me da muchísima pena. Pero sé muy bien que puedo visitarlo cuando quiera. Como
lo estuve haciendo todo ese rato. Sólo cerrando los ojos y dejando que mi
corazón lo piense tal como había sido. Así lo hice y me encontré con su sonrisa
enorme, su mano bruta para darme palmadas, y comencé a correr, de felicidad, a
su alrededor. Lo visité con el alma. Nos despedimos y, con esos ojitos llenos
de años, me aseguró que podría visitarlo de ese modo, cada vez que quisiera.
Estoy triste, sí. Pero Raúl vive adentro mío. Chau, diario,
no puedo escribir más.