
Hola, diario. Hay seres que caminan por mi cuerpo. Todo el tiempo. No solamente puedo sentirlos, puedo oírlos. Son seres vivos, muy vivos. Tan vivos que, cuando comienzo a rascarme, se mueven hacia otro flanco donde no puedo llegar con mi pata. Confieso que hay momentos en los que la desesperación me sorprende e intento acabar con ellos a los mordiscos. Pero termino mordiéndome a mí mismo y embadurnando mi pelaje con mi propia saliva.
Quiero identificar por donde vienen, adónde se instalan. Pero no lo logro. Sólo los siento. Hasta tengo la sensación de que juegan, hablan, hacen el amor, sobre mí, en mí, entre mi siempre ponderado pelaje. Pero sobre todo, comen. ¿Y sabés qué, diario? Creo que me comen a mí. Ya me di cuenta de que tengo picaduras. Esos seres te chupan la sangre.
Estoy precupado, diario. Tengo miedo de quedar consumido a un felpudo sin tripas si esto sigue así. Porque viste que los depredadores comienzan por la sangre y siguen por las tripas. Y, mientras tanto, hacen que te olvides de tu corazón. Por lo tanto, no te das cuenta y estás subordinado a ellos, sos una víctima, se volvieron ocupas de vos. Es difícil zafar de ellos, pero pienso que se puede. Lo que pasa es que a veces no te llegan las patas para rascatarte justo en el lugar donde te lastiman. Pero debe haber alguna fórmula. Alguien tiene que aparecer para ayudarte y liberarte de esos seres que intentan construir ciudades en vos mismo. ¡¡¡Me colonizaron, diario!!! ¡¡Soy multitudes, diario!! Estoy frito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario