UNA VIDA SIN UN PERRO, ES UN ERROR

"LA GRANDEZA DE UNA NACIÓN Y SU PROGRESO MORAL PUEDE SER JUZGADO POR LA FORMA EN QUE SUS ANIMALES SON TRATADOS."
Mahatma Gandhi

NO USES PIROTECNIA

NO USES PIROTECNIA
Por favor, no usen pirotecnia. Los "cuetes" nos asustan, nos hacen mucho mal a nuestros oídos, nos desorientan y son la causa de que muchos perros y gatos se pierdan entre diciembre y febrero. Lo mismo les ocurre a otros animales, como las aves. Pensá en nosotros y en los múltiples problemas que pueden causar los fuegos artificiales. NO USES PIROTECNIA. Gracias. PD: Ah... Ponele chapita con número de teléfono a tu perro. Para esta época hay muchos perros perdidos a causa de la pirotecnia, por favor, si ves alguno no sigas de largo, ayudalo a encontrar a su familia.

martes, 10 de mayo de 2022

Francisco, un señor perro

 Nota publicada en el blog de Moira Soto: "Damiselas en apuros"

(click para entrar al link)

Algo me pasó siempre con sus ojos. Podía quedarme minutos, horas contemplándolos fijamente. Dialogando en una forma de comunicación única, de alma, espiritual. Lo que conversábamos no era con palabras, era un lenguaje que trasciende los significados, que transporta, hermana. Siempre me ocurrió eso. Sabía que era un misterio, pero me gustaba. Me sentía exclusivo, capaz de compartir secretos con otros seres que no suelen comunicarse así con las personas. O por lo menos, eso sentía yo. Por eso mis continuas visitas al zoológico, donde podía permanecer desde que abrían hasta que cerraban y conocer una a una a casi todas las especies que allí permanecían encerradas. Por eso mis horas de distracción en las tiendas de mascotas, en la plaza observando los árboles o en el campo, a la espera de algún desprevenido corredor nocturno.

Mi amor por los animales comenzó así, desde muy pequeño; y se consolidó cuando conocí a Francisco. Fue de grande, de bastante grande. Acudí a la desaparecida MAPA (Movimiento Argentino de Protección al Animal) a buscar un cachorrito. Quería criarlo, jugar al papá. Apenas entré al lugar, todos, absolutamente todos, perros y gatos, comenzaron a hacer fiesta y monerías en sus caniles y jaulas. Como me ufano de conocerlos perfectamente por esa comunicación silenciosa que sostenía con todos ellos desde chico, supe que pedían adopción. Pero había unos pocos perros atados a las patas de las jaulas, los más grandes. Uno de tamaño mediano y pelaje holando argentino se incorporó en dos patas, me agarró el brazo con sus dos patitas delanteras y me miró fijo. Supe que sonreía. Le hablé. Pero con palabras. Comenzó a lamerme la cara sin parar. Me incorporé, él se quedó observándome en sus cuatro patas. Fijo nuevamente, pero en forma vivaz. Sé que sonrió otra vez. Le devolví la sonrisa y, esta vez, le hablé con la mirada. Pegó unos saltos increíbles, hasta donde daba el largo de su cadena. Parecía un delfín. Lo supo: estaba decidido. Alguien de ahí le dijo: “¿Te vas, Francisco?”. Me gustó su nombre. Pero antes de firmar los papeles de adopción, volví a agacharme, le tomé la carita y le conté que esa relación sería para siempre. Comenzaba un compromiso que duraría el resto de la vida. Yo cuidaría de él, él de mí. Francisco se vino a casa. “Amigos para toda la vida”, le dije.

No me cansaré de afirmar que la vida sin un perro es un error. Los animales son mágicos. Hace muy poco fui a ver una obra bellísima que se llama Iván y los perros (dirigida por Mariano Stolkiner, interpretada por Emiliano Dionisi). Lloré sin parar. Con ese llanto silencioso, de lágrimas solitarias. Hablaba de cómo esas criaturas especiales salvaban la vida de un chico; de cómo ese chico no podía concebir su vida sin ellos; de la maldad del hombre en contraposición con la bondad infinita del animal. Recordé todo lo que aprendí de Francisco. Mucho más de lo que aprendí de los seres humanos. Además de un hermano, de un amigo, fue un maestro. Cualquier ser humano o cualquier libro podrían explicar qué es la bondad, la lealtad sin límites, la paciencia sin condiciones. Pero ningún ser humano o ningún libro podrían demostrarte la bondad, la lealtad o la paciencia en las dimensiones en las que puede enseñarlas un perro: silenciosamente, suavemente, afectuosamente. Sabiduría acarreada a través de los siglos tal vez.

Te cuento un par de cosas sobre Francisco. Una vez que le pude enseñar a andar suelto (la castración hizo que su instinto canino no lo llevara de las narices detrás de ninguna damisela), dejé que me acompañara a todos lados. En cada lugar donde vivimos siempre dijeron que éramos inseparables. Orgulloso de ser “el muchacho del perro”. Orgulloso de que cada barrio en el que vivimos supiera que el perro-vaca se llamaba Francisco y era macanudo. “Sos un señor perro”, le dijo una vez un vecino, mientras se daban la mano. Siempre fue licenciado en relaciones públicas. Anfitrión perfecto, conocía a cada uno de mis amigos o familiares y siempre recibía a todos del mejor modo. Excepto cuando, en la calle, se dio cuenta de que un tipo tenía malas intenciones. Nunca lo vi tan amenazante. Prácticamente los dos elegimos a la persona que queríamos que acompañe nuestras vidas. Fue un amor tripartito. Una confirmación de haber elegido bien. Fuimos tres que hacíamos uno. Francisco amó todo lo que yo amaba. Mis padres, por ejemplo. Cuando murió mi papá, una amiga lo trajo al velatorio. Entró con la cola entre las patas. No saludó a todo el mundo, como solía hacerlo. Sólo fue a lamerle las lágrimas a mi madre. Se paró en dos patas en el ataúd, observó y se quedó un rato muy largo debajo de él, moviéndose sólo para asegurarse de que nosotros estuviéramos bien.


Mi perro vivió 16 años, tal vez la mejor etapa de mi vida. Hemos compartido infinidad de cosas, hemos bebido de la misma vida. Fue feliz, envejeció amado y hoy, sin dudas, estará corriendo a ras del suelo, en círculos, a toda velocidad, como solía hacer cuando se topaba con muchos metros de pasto y naturaleza. Francisco ahora conquista alturas inalcanzables. Hoy lo extraño tanto, pero siento que está en mí. Ahora es ángel y, día a día, me recuerda que ese contrato mirada con mirada en el que le dije: “Amigos para siempre”, significa “Eternidad”. Hoy confirmo que no estaba tan errado cuando era chiquito. Podía hablar con los animales, alma con alma. Con un perro, te aseguro, es casi como abrazar a Dios. Porque si existe, habita la mirada de los perros. No te pierdas esa posibilidad.

sábado, 18 de enero de 2014

El adiós a Francisco

Esta vez no es Francisco quien escribe, soy yo, Pablo, su hermano humano. Este año, Francisquito cumplió 16 añitos felices. Muchos para un perro. Alguien me dijo que los perros no necesitan vivir más porque no tienen que aprender a ser buenos, nacen así. Pero es corto tiempo. Con una pena infinita y uno de los amores más fuertes que he sentido en mi vida, les cuento que, físicamente, Francisco ha partido hacia lugares insospechados, tal vez hacia el cielo de los perros. Hasta hace algunas horas éramos tres que hacían uno. Ahora los dos que quedamos tendremos que aprender a conservar todo aquello que él nos enseñó y nos dejó. 
Comenzó a pesarle la edad hace un tiempo, cuando sus abuelos humanos y su hermano gato murieron. Por eso dejó de escribir un poco. Ya no tenía tantas aventuras. Y a su hermano humano la tristeza la quito la creatividad.
Quedaron muchas historias por publicar en su diario. Le prometí que iban a convertirse en libro antes de que él se fuera de este mundo. No pude cumplir con mi promesa, pero con su diario él se sentirá siempre orgulloso, moviendo la cola, como de costumbre. A los que seguían su diario, juro que nos volveremos a encontrar. Les agradezco la fidelidad y el amor con él.
Nuestro perro reía. Estoy seguro. No sólo cuando le rescábamos la panza o jugábamos a atraparlo, reía cuando el amor sucedía. Cuando llegó a casa era un duque y enseguida supe que era especial. Sabía hablar con los ojos, sabía entender de sentimientos, de guiños, de emociones. Supo unir, supo enseñar, supo educar, supo dar tanto amor como nadie puede imaginarse. La vida sin un perro es un error, lo reafirmoCuando nos conocimos le dije: "Juntos para siempre". Será así, por toda la eternidad. Ya nos volveremos a encontrar. Te amo y te voy a extrañar mucho, Francisquito mío.


lunes, 29 de abril de 2013

DÍA DEL ANIMAL

¡Hola a todos! Éste es un video que hizo mi amigo Pablo, en homenaje a su familia de cuatro patas. Me dijo algo re-lindo hoy cuando se levantó: "Gracias". Dice que no podría vivir sin mí. Es un loco... Nunca vivirá sin mí. Desde donde esté, siempre, estaré a su lado.


martes, 19 de febrero de 2013

Error de cálculo

Hola, diario. Me pasó algo tremendo. No me di cuenta, te juro que no me di cuenta. Como hacía mucho calor, Pablo me llevó a pasear por los bosques de Palermo, algo que para mí es la gloria. Corrí sin parar y cuando el calor me azotaba, me zambullía en el lago. Luego nos tiramos a descansar en el pasto y dormimos un poco. Pablo quedó rojo como un tomate. Yo no porque elegí el árbol más frondoso para que me tape del sol. Además, los perritos no nos ponemos rojos. Tanto tiempo de actividad e inactividad hizo que me dieran muchas ganas de hacer pis. No era problema entre tanto bosque. Elegí el mejor árbol, uno de tronco bien ancho que tendría no menos de cien años. Levanté la pata, piyé y escuché un grito seguido de un insulto. Detrás del tronco del árbol había una pareja de seres humanos, cuyo momento de cariño y descanso se vio perturbado por una meada caliente mía. Juro que no me di cuenta. Toda la espalda del muchacho quedó cubierta de pis. Creo que Pablo quería cavar un hoyo en el piso y esconderse ahí durante varias horas. Yo me quedé paralizado, mirando a los ojos al muchacho y esperando una patada. Pero en cambio, se puso de pie descompuesto de la risa. La chica que lo acompañaba le empezó a tirar agua mineral para limpiarlo. "¿Qué te pensabas, amigo, que era un árbol?", me dijo. Uff... respiré tranquilo. Piyé a un tipo amigable. Creo que Pablo también porque el muchacho era tan grandote que podría haberle arrancado el cuello de un mordisco. Luego de bañarse con agua mineral, el tipo me agradeció haberle regalado esta anécdota que no olvidaría el resto de su vida. Con Pablo emprendimos la retirada hacia casa. En el camino me vine repitiendo todo el tiempo: "incluso siempre hay que tener cuidado con lo que se esconde detrás de algo tan conocido y familiar como un árbol".



Obsesión

Hola, diario. Sigo insistiendo: creo que desciendo de perro pastor. Sí, sí, ya sé que me faltan rulos y algunos músculos. Pero desarrollé esa teoría en base a una obsesión que me viene ourriendo. Ya me ha pasado varias veces que salimos en jauría con otras personas y a mí me agarra una incontrolable necesidad de mantenerlos a todos reunidos. Me irrita sobremanera cuando alguno se dispersa y se queda comprando algo en el kiosco o esos curiosos irrefrenables que una y otra vez se detienen frente a una vidriera. Cuando eso ocurre me empiezo a poner nervioso y trato por todos los medios de reagruparlos. Es decir, no soporto al rebaño rebelde. El grupo tiene que ser grupo. Sino por qué no sale cada uno por separado y siguen con su vida lo más franciscos (detesto que me digan Pancho). Y digo que tengo descendencia de pastor porque me las arreglo bien para juntarlos. Si queda algún rezagado, con un ojo controlo que el grupo de adelante siga unido y voy en busca del rebelde. Le ladro, claro está, y los seres humanos suelen entender ese tipo de ladrido. Si el problema es con los de adelante, trato de fijar el olfato del grupo de atrás oliendo el culo de cada uno y me paro adelante de los apurados para obligarlos a detenerse. No te creas que todo es tan fácil. Cuesta. Las personas hacen lo que quieren, son como los gatos. Les cuesta obedecer. Pero los engañás fácilmente. Cuando veo que no me hacen caso, comienzo a hacer monerías (es la parte más degradante para un pastor). Así se ríen un poco y logro volver a unirlos. Como verás, conozco todos los trucos. Definitivamente, tuve algún abuelo pastor.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Adiós, hermano

Hola, diario. Te habrás preguntado el porqué de mi ausencia... Estuve muy triste.
Hace dos meses Nestitor empezó a estar un poco raro. Seguía haciendo su vida normal, pero adelgazando mucho. Pablo también se preocupó y lo llevó al veterinario. Ahí ya no te puedo contar con detalles porque viste que los humanos no te dicen nada, tenés que darte cuenta. Sólo que ese día, volvió llorando. Fueron muchas las veces en las que metían a Nestitor en un bolso y se lo llevaban. Se ve que Pablo me vio preocupado y un día me permitió ir con ellos. Confirmé que iban todos los días al veterinario. Lo subían a Nestitor a esa mesa de metal espantosa y fría para pincharlo y pasarle agua por un tubito que, a su vez, colgaba de una bolsa. No entendí por qué. Qué estupidez esa de que te den agua por un tubo pinchándote el lomo... Si yo lo veía siempre a Néstor bebiendo de nuestro tarro de agua, lo más pancho. Una vez se lo llevaron y tardó cinco días en regresar. Me preocupé mucho. También me enojé y me puse celoso, lo admito. Pablo estuvo ausente mucho tiempo y sólo se abrazaba a mí para compartir su tristeza.
Cuando Néstitor regresó de esa ausencia, comenzó a estar un poquito mejor... pero sólo unos días. Volvió a empeorar y cada vez se puso peor. No te voy a dar detalles, diario, porque es muy triste. Sólo te voy a contar que ayer se murió.
Con Pablo estuvimos varias horas acostados con él adentro de un placard (donde se refugiaba los últimos días). Él le hacía mimos, yo lo observaba. Hasta que llegó un momento que duró varios minutos, en el que Néstor empezó a despedirse definitivamente. Nunca voy a olvidar esos minutos, que se hicieron siglos. Lo acompañamos hasta el final y Pablo le habló muchísimo.
Primero Raúl, ahora Nestitor. Ya sé lo que es la muerte. Ahora en casa confirmé bien de qué se trata eso de pasar un umbral.
Estoy muy triste, diario, muy triste. Néstor fue el mejor gato del mundo. Fue mi hermano gato, el que yo mismo elegí en la placita y con el que corríamos sin parar luchando hasta quedar exhaustos. Como escuché que dijo Pablo: Néstor era el gato más dulce y bueno del universo.
Esta primera mañana se me hizo muy difícil. Faltaba uno. Pero enseguida pensé que ahora Néstor volvió a correr, sólo que tiene ventajas. Ahora podrá volver a treparse adonde quiera. Tal vez a lo más alto que haya pretendido jamás. Y era tan libre y curioso que hasta podrá hurgar dentro de nuestras propias almas, atrevido como era él. Con sus patitas irá amasando nuestros corazones por todo lo que nos quede de existencia, hasta que nos reencontremos. Sus ojazos ven más allá de todo. Te voy a extrañar mucho hermano. Chau.

martes, 17 de julio de 2012

Juegos

Hola, diario. Estoy acá tirado en el patio de casa recordando. La cabeza no para de funcionar un momento. Debo estar grande porque estoy nostálgico. Pasó Néstor, muy pancho, frente a mis narices como si no existiera y me puse a recordar los primeros tiempos en los que llegó a casa. Todavía me estoy muriendo de risa. Jugábamos a los piratas. Yo era el dueño de una isla, que era la cama de Pablo y allí me quedaba, con mis patas delanteras apoyadas completamente y la cola levantada, esperando que llegue el pirata Néstor. El muy ladino rodeaba la isla y se escabullía entre la colcha para asaltarme por sorpresa, pero ahí estábamos, luego, luchando por el territorio, hasta que nos cansábamos.
Ya no estoy tan ágil, pero pienso qué lindo fue haberlo adoptado y tener un hermano amarillo que, aunque tonto porque no sabe ladrar, sabe cómo hacerme divertir.


martes, 12 de junio de 2012

Estoy mayor

Me estoy poniendo grande. En serio. Me estoy dando cuenta de que ya no soy el de antes. Me di cuenta los otros días, cuando Pablo hizo intentos inútiles de lograr que vaya a recoger la botella plástica que él arrojaba una y otra vez. Fue mientras paseábamos. Cada tanto, teníamos la ocasión de unirnos en un ritual divertido. Si él encontraba una botella plástica en la calle comenzaba a patearla y yo la perseguía. Así podíamos pasarnos unas cuantas cuadras, hasta que la muy escurridiza se salga del cordón de la vereda. Ahí seguíamos nuestro paseo, él con una sonrisa, yo moviendo el rabo. No sé qué me pasó esta vez. Perseguí la botella un trecho, pero después no tuve más ganas. Me dio fiaca*. Sé que Pablo se sintió algo frustrado, pero ya está entendiendo que soy un señor grande. Lo mismo pasó con el nuevo peluche que me regaló hace poco, al regresar de viaje. Como siempre, me desesperé por abrir la valija, pero cuando me dio la liebre de peluche, no tuve ningún interés en "cazarla" o en ir a buscarla. Ahora es un adorno sobre la mesa. Perdí mi capacidad de juego, che.
Bueno, por lo menos de juegos bruscos. No tengo problemas en que luchemos un poco al ras del suelo, que Pablo me agarre las orejas y yo me tire panza arriba con cara de asesino serial. Tampoco me cuesta molestar un poco a Néstor para que me persiga y se haga el boxeador (sin uñas, claro). Pero, por ahora, nada de que "te  tiro la pelota y me la traés", o jugar al fútbol con botellas plásticas, o hacernos los niñitos con ositos de peluche. Sí, Diario, estoy mayor.


* Pereza.

martes, 6 de marzo de 2012

Pequeño tratado sobre el pis


Hola, diario. Pasan los años y sigo sin entender algunas actitudes y costumbres de los seres humanos. Algo que me preocupa de Pablo es cómo no puede disfrutar del placer de hacer pis varias veces y en distintos lugares. Siempre veo que hace pis de un saque, en el mismo lugar: el inodoro de casa. No es la forma. El pis hay que administrarlo. De ese modo se disfruta más y le hacés saber a todos los del barrio y posibles visitantes que ése es tu territorio y no estás dispuesto a cederlo tan fácilmente. Yo sé que él a veces se cansa cuando me saca a pasear, porque -modestamente- soy un perfecto administrador del contenido de mi vejiga. Tiene que durar todo el paseo, y en ese sentido, Pablo sabe respetar mi derecho adquirido y me hace pasear por lo menos dos manzanas o veinte minutos de plaza. Y por otra parte, soy muy selectivo con los árboles que voy a piyar*. Cada árbol, para un perro, es como el diario que lee Pablo todos los días. Si olfateás cada árbol te enterás de lo que les está pasando a todos los perros del barrio. Pero hay que ser cuidadoso. Así como no podés escribir encima de lo que está escrito porque no podrías seguir leyendo, no podés mear tanto en árboles que tienen demasiadas marcas. Sí, sí, sí... reconozco que soy muy obsesivo con eso. Tengo un par de árboles favoritos, que no puedo dejar de piyar. Luego, analizo. Si pasaron muchos por allí, prefiero obviarlos. Me da un poco de bronca no poder hacer pis muy seguido en el ceibo que está en la mitad de nuestro paseo habitual. Es que todo el mundo quiere mear ahí. Para qué desperdiciar un chorrito en el árbol de mayor circulación, si vas a pasar desapercibido.
Pablo también se cree que yo no hago pis en casa por educado. Bueno sí, en parte es así, pero no es sólo por eso. ¡Hay que hacer pis en todos lados del barrio! Que todos se enteren de que vos vivís ahí y en qué estado estás. Es una cuestión de respeto y sociabilidad.
Por eso, repito, no entiendo porqué los seres humanos gastan tanta tinta y no se dedican más a hacer pis por todos lados y a agudizar su atrofiado olfato. He dicho.

* Orinar.

sábado, 25 de febrero de 2012

Porteros


Hola, diario. Hoy quiero hablar de los porteros. Pueden llegar a ser el peor enemigo del perro.
Durante nuestro paseo matutino, todos los porteros de los edificios suelen salir a baldear la vereda. Todos muy organizados... Pero desconsiderados. No se dan cuenta de que uno tiene que salir a hacer pis y necesita evitar todos esos espantosos olores a lavandina y a detergentes berretas. Por eso no me caen muy bien.
Pablo les tiene un poco más de respeto. Bah... no sé si es eso o que quiere evitar pelearse con ellos. Te explico por qué. Me encanta mearles justo el árbol que le corresponde a la casa que están limpiando. Algunos no se hacen problemas, pero hay otros que montan en cólera como si les hubiese escupido un ojo. Como es Pablo el que discute con ellos, yo no me hago problema y sigo. Pero guardo bien en la memoria a aquellos cabrones. Se la tenía jurada a un grandote peludo que baldea la vereda con la camisa abierta y la panza colgando, llena vaya a saber de cuántas cosas. Un día se enojó mucho con Pablo porque hice pis en "su" árbol. Pablo le pidió disculpas y le dijo que ese no era "su" árbol sino el de toda la comunidad. El gordo no entendió y siguió gritando. Lo dejamos con el grito ahogado, pero yo lo grabé en mi memoria.
Antes de contarte lo que viene, quiero aclararte que soy un perro considerado y, para que Pablo no tenga que estar agachándose a juntar mi caca con una bolsita, hago mis necesidades en la tierra que rodea a los árboles, cerca del cordón de la vereda, donde nadie pueda pisarla. Igual es un obsesivo y siempre la levanta y la tira en algún tacho.
Ayer supe que sería el día de mi venganza. El gordo descamisado estaba limpiando la vereda con una manguera y vi cómo me observó de reojo cuando pasé. Ahí, inmediatamente, me agaché y dejé en su vereda la caca más larga que jamás me salió. Bueno... sí, sí, después me arrepentí. Pablo no sabía adónde meterse y buscaba la bolsita en su bolsillo. "¿Puede ser tan hijo de puta tu perro?", le dijo el grandote peludo a Pablo. "No es hijo de puta, es perro", le respondió él, mientras tomaba su bolsa con la que un día antes había comprado unos cuantos kilos de papas y juntó el "regalito" que le había dejado al tipo.
Obviamente, después me ligué un reto*. Un reto pequeño, porque Pablo cree que yo no me doy cuenta y que lo hago de apurado y torpe. Diario, te digo la verdad: lo hice a propósito. Detesto la pulcritud obsesiva y hasta malvada te diría de algunos porteros. Por eso, con disimulo, aunque le haga pasar papelones a Pablo, me va a seguir gustando siempre piyar en el árbol de la casa que están limpiando. Un defecto tenía que tener, ¿no?


*Regaño.

viernes, 17 de febrero de 2012

Verano




Hola, diario. Que hace calor en Buenos Aires no te lo tengo que explicar. A veces saco tanto la lengua que tengo miedo de que se me caiga y se pierda. Es tremendo. En la calle el sol pega tan fuerte que debo caminar rapidísimo para no quemarme las patitas. Si encuentro un charco, por más inmundo que esté, meto las patas adentro para remojarme. El calor es insoportable para mí, que soy un perro de pelo en pecho. Encima, Pablo prefiere sudar una catarata antes que instalar en casa esas máquinas que conozco muy bien de algunos negocios, que largan un aire bien fresco y te apagan un poco el fuego. Encima, le gusta el aire libre... en estos días de verano. ¿Vos lo podés creer?
El domingo pasado no hubo ni una sola nube. Pablo se puso su shorcito y su musculosa, cargó un bolsito con dos botellas de agua y tomamos la calle. Tuve que soportar un par de cuadras con el asfalto caliente, hasta que nos protegieron las copas de los árboles. Ahí respiré un poco más. Fuimos a ese lugar que se llama Palermo. Ya me aprendí la palabra. La pronuncia y yo doy unos saltos tremendos de alegría. Ahí no me importa el calor. Corremos como locos por el pasto, entre los árboles; y Pablo me deja que recorra todo sin sacarme la vista de encima.
Hacía tanto calor que me tiré de cabeza al lago. Nadé un poco y me divertí mojando a todos los que estaban alrededor, sacudiéndome el agua de los pelos. La gente gritaba, pero se divertía. Y yo me volvía a zambullir. Al salir, me tiré un poquito al sol para secarme y luego me revolqué sobre un gato muerto y seco, para perfurmarme un poco. Cuando Pablo vio eso, se horrorizó. Me gritó y me retó. ¿El no se perfuma en casa? Bueno, yo lo hago a mi modo. Obviamente, me obligó a meterme al lago enseguida, para sacarme ese olor.
Me encantan esas caminatas con Pablo, aunque haga mucho calor. Cada tanto, paramos un poco y él me da de beber agua de su botellita y en algún momento, nos recostamos en el césped a mirar el cielo y no pensar en nada. Todo es quietud y paz en esos momentos. Claro... hasta que viene un perro impertinente a olerte el culo. Siempre ocurre en algún momento. Pero los saco cagando.
Ahora que lo pienso, el verano no es sólo morirse de calor. Hay que disfrutar de los días iluminados.

sábado, 28 de enero de 2012

Uf... al veterinario


Hola, diario. Qué fastidio me da ir al veterinario. Te juro que detesto a ese melenudo que se hace el bueno y te tortura mientras vos temblás como un lavarropas. Hace unos días que siento algo raro en la pancita. Pablo no se daba cuenta, pero tenía unos retorcijones impresionantes. No sé qué me habrá caído mal. Temo que puede haber sido ese festín que me di cuando abrí con los dientes las bolsas de basura de la puerta del supermercado chino, mientras Pablo hacía las compras. Era tan rico que, con pensarlo, se me va el dolor de panza. La cosa es que, me molestaba tanto la pancita que comencé a hacer pis en casa. Una o dos meaditas. No podía aguantarme. Los primeros días, Pablo me retó y me puso en penitencia. Pero como yo tengo una paciencia sin límites, esperé a que se de cuenta de lo que verdaderamente me pasaba. Es que los seres humanos son muy lerdos, diario.
Sumado a mi incontinencia, empecé a sentir decaimiento y me quedé horas en un rinconcito tranquilo de la casa. Ahí sí. Pablo se dio cuenta enseguida y se preocupó. Inmediatamente me llevó al veterinario. Horror. Con sólo pensarlo, el rabo se me mete entre las patas.
Al principio me tranquilicé cuando me di cuenta de que le explicó que piyaba en casa porque algo no andaba bien en mi organismo. Al fin alguien le explica que no soy un psicópata a quien le encanta verlo de rodillas limpiando el piso todos los días.
Pero acto seguido, el melenudo ese me subió a esa horrible, espantosa y tétrica camilla helada y comenzó a toquetearme por todos lados. Pero no me acariciaba, sino que me clavaba los dedos en la panza. No me gustó nada, pero me porté bien... unos segundos. Luego me metió un palito finito en el culo. Y después lo observó detenidamente, como si se moviera algo en él. No es la primera vez que me lo hace. Luego empezó a palparme en los costados del cuerpo. Ahí no me gustó nada y me puse a patalear. Me tuvieron que tener entre Pablo y Nelson para que pueda quedarme quieto. Ah... y no contento con eso, el muy turro del veterinario me cortó las uñas.
Igual, debo admitir que para algo deben servir los veterinarios porque pasás esa situación traumática, volvés a tu casa, te dan una pastillita espantosa, pero después todo en tu cuerpo parece comenzar a reacomodarse. Por eso, siempre que me llevan al veterinario, aunque asustado, furioso y traumado, acepto ir igual.
¿De la pancita? Mucho mejor. Ya casi ni me molesta y puedo hacer pis en la calle normalmente. Gracias.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Festejos



¡Feliz Navidad, diario! ¡Qué manera de comer estos días! Amo las fiestas de fin de año. Por varias razones. En primer lugar, te permite estar con tooooooda la familia y recibir muchísimos mimos casi en forma constante. En segundo lugar, ligás todo tipo de sabores y texturas de comida.

Pasamos la Nochebuena en la casa de María Elena, la hermana de Pablo, a quien adoro aunque siempre me abrace y me apriete como si fuera un dentífrico. Pablo me vistió con un ridículo adorno navideño en mi collar. Te juro que me daba muchísima vergüenza e hice todo lo posible por quitármelo. Pero no pude. Lo miré a los ojos diciéndole: “¿Por qué no te colgás vos esta pelotudez en el cuello?”. Bueno, me lo tuve que bancar... aunque después me gustó. Todo el mundo, por la calle, hacía comentarios sobre mi collar navideño. Me sentí importante y vistoso.

Bueno, una vez ataviado así, Pablo se acomodó los rulos y comenzó a guardar muchos paquetes dentro de distintas bolsas. También vi que sacó cosas de la cocina con unos riquísimos olores y las guardó en otras bolsas. En conclusión, salimos a la calle llenos de bolsas que rodeaban a Pablo como si fueran apéndices de su cuerpo y me impedían un paso normal porque se enredaban en la correa. Diario: estuvimos por lo menos media hora parados como idiotas en la esquina de casa esperando un taxi. Ninguno nos quiso parar. No creo que haya sido por mí ya que estaba bañado y lindo. Debe haber sido porque les dio miedo el hombre de las bolsas. En definitiva, tuvimos que emprender el camino a pie. Yo no tengo problemas, aunque tanto paquete molestaba un poco. Pablo sudaba como nunca lo vi en mi vida. Caminamos 3 kilómetros hasta llegar a la casa de María Elena. Más que para festejar, Pablo estaba como para irse a dormir. Y yo más o menos... Ya en la puerta de nuestro destino, sufrí mi primer disgusto de la noche. El edificio de la casa de mi tía humana y su familia tiene rejas oblicuas antes de la puerta de entrada, en el pórtico. La última vez que los visité, pude escabullirme entre las rejas para saludarlos antes que pudieran abrirlas. Esta vez no pude pasar. Mi propio cuerpo no me lo permitió. ¡No entraba, diario, no entraba! Tuve la misma sensación de frustración que sintió Pablo hace unos meses cuando se probó un pantalón y no podía abrocharse el botón. ¡¡Engordé mucho, diario!! Bueno, tuve que anular ese primer sentimiento frustrante y esperar a que nos abran. Luego de eso, todo fue diversión. Todos hicieron comentarios sobre mi atuendo navideño, me palmearon y jugaron conmigo. Yo fui directo al cuarto de los chicos y me afané un osito de Vero, unas medias de Juan que estaban debajo de la cama y unos calzoncillos de Gaby. Obviamente, Pablo se escandalizó, pero no me importó. Comimos todos a la mesa, nos pusimos tristes cuando recordamos a Raúl y revivimos inmediatamente por la presencia de los nuevos bebés en la casa.

De lo que comí, reconocí carnes de cinco sabores diferentes, zanahorias, un par de panes que se les cayeron al piso y atrapé, y unas gotas de cafecito que pude tomar gracias a Fina, ante un descuido de Pablo. Sí, ya sabía que al día siguiente me iba a doler la panza, pero la ansiedad por el morfi es más fuerte que yo. Además, pensé en que luego podríamos bajar todos los kilos de más con la caminata de regreso a casa.

El segundo disgusto de la noche fueron esos ruidos estruendosos que se escuchan en un momento determinado. Pensé en el pobre Néstor, que estaría en casa debajo de la cama. Panchita, la gata de María Elena, se refugió en la bañera, y yo lo hice debajo de la mesa, entre todas las piernas de la familia. Un espanto esos ruidos. Te enloquecen, te dejan medio sordo y te desconciertan. ¿Qué placer les causará a los seres humanos hacer ese simulacro de guerra en plena ciudad? Por suerte, en la familia preferimos disfrutar riendo, bebiendo y comiendo a lo pavote. Terminé panza arriba, con una mano que me acariciaba la cabeza, otra que me rascaba el mentón y un pie que me amasaba la pancita. Dar y recibir amor. Esto es vida.

Brindo por los que me siguen siempre.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Paseo nocturno


Hola, diario. Viste que yo soy un chico de rutina. Y una de las rutinas que no cambiaría por nada del mundo es la de mi paseo nocturno. Aunque llegue muy tarde, antes de acostarse, siempre Pablo me lleva a dar un paseo nocturno. Lo hemos hecho incluso cuando él tuvo fiebre. Ese día, recuerdo, lo obligaba a caminar rápido porque tenía miedo de que se muera de moquillo. Nuestro paseo nocturno es lo más. Yo lo espero ansiosamente. A lo mejor no tengo tantas ganas de hacer pis porque antes me hice una meadita en el patio, pero es el momento, la situación. Solos con mi mejor amigo, caminando por la inmensidad de la noche sin temor a nada. Yo siempre voy unos metros adelante, porque es mi deber protegerlo (recordemos que no soy gordo, sino musculoso). Y a cada instante me volteo para ver si él me sigue y está bien. Voy tan feliz en ese paseo que, por momentos, no puedo evitar mover la cola. Olfateo todo y de ese modo me entero de cada detalle, cada cosa que ocurrió en el barrio durante el día. Me siento como espiando la vida con el ser humano que elegí para vivir en este mundo. Y juntos, corremos ese velo oscuro que es la noche para hacer nuestro preludio del sueño de la mejor forma: con felicidad, mucho amor y, sobre todo, tranquilidad. Te aseguro, diario, que aunque haya sido un día difícil, llegamos a casa tan relajados que me voy a dormir sin otro deseo de agradecer a la vida y desear que esta felicidad sea eterna.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Todos podemos tener un golpe de suerte

ANTES Y DESPUÉS



Hola, diario. Estoy chocho. Vuelvo a confirmar que todos podemos tener un gran golpe de suerte. Si Nelson aquel día no hubiera encontrado a Pérez en la basura, hoy sería abono de yuyos. Pero lo trajo a casa, lo cuidamos unos días y hoy tiene una familia. Vive con Sole y Jota, dos amigos de Pablo. Lo mejor de todo es que parece que salió de esa pecera en la que vivía, con su ruedita pedorra y ahora tiene un parque de diversiones propio. Escuché también que Sole y Jota le permiten pasear sueltita por la mesada de la cocina, sin intenciones de comérsela. Ah... estoy hablando en femenino porque llevaron a Pérez al veterinario y, cuando lo revisó, se dio cuenta de que no podía llamarse así. Ahora su nombre es Pereza. Es una... ¿hamstera? Bueno, la cosa es que de casi ratón pasó a ser casi ratona. De ser casi basura pasó a vivir en una casa de lujo.
Chicos, cuando pierdan la esperanza recuerden: siempre podemos tener un golpe de suerte que cambie nuestras vidas. Yo también lo tuve.

Pérez adoptado



Hola, diario. Estuvimos una semana conviviendo con el hámster. Te digo la verdad... al tercer día ya me había olvidado de su existencia. Sólo me divertía observarlo un poco cuando hacía ese juego absurdo de subirse a la ruedita y dar vueltas como si tuviera una urgencia sin la posibilidad de llegar jamás a destino. El que estaba fascinado con su presencia fue Néstor. Pasaba mucho tiempo observándolo. Intuyo que si Pérez se salía de su casa podía haber ocurrido una catástrofe. Tal vez Néstor hubiera querido jugar con él y lo habría aplastado. O tal vez lo habría confundido con esas ratitas peludas de plástico que Pablo le regala. Yo las odio y se las rompo siempre con los dientes. ¡Por Dios! ¡Me acabo de dar cuenta de que yo también podría haber confundido a Pérez con una de ellas!
Pérez estaba en peligro. No cabía duda.
Ayer vinieron a casa una chica rubia con un muchacho moreno, fascinados con Pérez. Hasta lo agarraron con las manos, algo que Pablo todavía no había hecho (sólo le rascaba la cabecita con un dedo). A nosotros -a Néstor y a mí- casi nos ignoraron. Tal vez no les interesen los perros y los gatos. Me puso contento porque eso indicaba que iban a querer mucho al pobre Pérez y no había peligro de que se lo coman o lo destrocen pensando que es una rata de plástico.
El que se quedó triste es Néstor. Lo noto aburrido. Maulla todo el tiempo. ¿Se habrá enamorado de Pérez? ¿Le habrá "cachado" cariño? La nostalgia es una porquería.


domingo, 20 de noviembre de 2011

Me pareció ver a un lindo gatito



Hola, diario. Estoy preocupado. Yo estoy casi seguro de que Néstor no sería capaz de comerse a Pérez. Pero el “casi” me preocupa mucho. Néstor se pasa horas y horas observándolo. A Pérez no le molesta, lo mira de reojo y sigue comiendo o cavando galerías en el poco espacio que tiene para vivir. Y a Néstor no le importa otra cosa que sentarse a observarlo.

Yo quisiera pensar que no convivo con un asesino, ¿no?

 

PD: Como de costumbre, Pablo se está encariñando. Lo pesqué que levantaba la tapa de la pecera y le rascaba la cabeza con el dedo a Pérez. Creo que si se encontrara una araña, se encariñaría también.


sábado, 19 de noviembre de 2011

Eramos pocos y faltaba Pérez

Hola, diario. Vos sabés muy bien cómo me irrito cuando Pablo confunde nuestra casa con un refugio en zona de riesgo. Las veces que me habrá tocado convivir con otro perro mugriento porque a él le partió el corazón. Hace poco trajo una gatita bebé. Por suerte estuvo sólo tres horas porque corría el riesgo de ser degollada por una uña de Néstor. El rubio estaba furioso. Celosísimo. Para él, con los perros todo bien, pero no le traigas otro gato porque se pudrió todo. Finalmente, se la quedó el portero del edificio y hoy observa a Néstor desde el noveno piso. Espero que no intente planear.

Anoche llegaron a casa Pablo y Nelson con otro ser vivo. No era ni un perro ni un gato ni una paloma. Era pequeñísimo y estaba adentro de una pecera de vidrio. Algo inquieto, desconcertado y te diría preocupado. Pablo me dijo que esa clase de bicho se llama “hámster”. Debe ser alguna marca importada de rata. “Este es Pérez”, me dijeron. El asunto es que Pérez se para en dos patitas y apoya sus manitos en la pecera. Me vio y no pareció sorprenderse. Según escuché, lo encontraron entre la basura del edificio donde vive Nelson. Parece que alguien se “aburrió” de contemplar a Pérez y no se le ocurrió mejor idea que abandonarlo ahí.

Me morí de la emoción cuando me avivé que adentro de la pecera había una ruedita muy simpática sobre la que Pérez se sube y comienza a correr sin parar. Está apuradísimo, pero no sé muy bien a dónde quiere llegar. Te matás de risa. Me hubiera encantado largar una carcajada, como hace Pablo cuando se divierte. Mi cola se convirtió en un ventilador de cómo se movía.

Otra cosa muy graciosa que hace es comer sin parar. Se mete mucha comida en la boca, muchísima, casi tanta como el tamaño de su cuerpo y la guarda en su buche. Se la queda un muy buen rato y luego la regurgita, para comérsela. Un bicho raroooooo... Hay formás más fáciles de tragar.

La preocupación de Pablo y Nelson era cómo poner a Pérez lejos de Néstor. Aunque no me lo cuenten me doy cuenta de que los gatos son capaces de convertir en cena a un bicho como este. Pusieron la pecera donde vive Pérez arriba de un mueble. Antes de que se relajen, sin que se den cuenta, Néstor apareció olfateando el aire con mucha curiosidad. De repente, pegó un salto y subió a una silla para observar a Pérez. No se lo quiso comer, aunque supongo que es porque no puede y está protegido por esos vidrios. Pero lo observa muchísimo y está muy preocupado por el nuevo habitante de la casa. Pablo y yo también.







viernes, 4 de noviembre de 2011

Gente


Hola, diario. Hoy estoy bajoneado. Es que estuve reflexionando mucho sobre los humanos, en general. Tantos años en esta vida en medio de las personas me han enseñado a entenderlos perfectamente. Sus palabras, sus gestos, sus tonos... La combinación de mi vista, oído y olfato son perfectas. Bueno... casi perfectas. Creo que nunca voy a entender sus actitudes. He visto casos en los que no soportan su felicidad, otros en los que pueden cruzar sentimientos casi opuestos, otros en los que se pelean los que se aman. Estuve pensando eso nomás. Me gustaría mucho poder darles a los humanos un curso en el que aprendan todas las virtudes que tenemos los perros: tolerancia, paciencia, paz, amor incondicional. Lo haría gratis y ni siquiera habría que hablar, eso los pierde a los humanos. Sólo nos miraríamos a los ojos.

martes, 1 de noviembre de 2011

Amabilidad


Hola, diario. Hoy, la chica del bulldog con pintitas me dijo que era un asqueroso cuando me acerqué a olfatearle el culo a su perro. Me quedé mirándola, desconcertado por su actitud. Levantó el dedito y me repitió una y otra vez: "Asqueroso, asqueroso, eso no se hace". Nos miramos con el bulldog comprendiéndonos, me di media vuelta y salí de su radio intolerante.
Ya sé... ya sé... Soy observador, no me lo digas. Pablo cuando se saluda con alguien no le huele la cola. Es una actitud que los humanos no tienen y aún no entiendo por qué. Se enterarían de muchas cosas sobre sus congéneres si se olieran un poco más. Pero bueno, tienen sus narices atrofiadas. Nosotros, los perros, nos saludamos así y en dos segundos de olfateada tenemos el curriculum completo del otro. Claro que yo no soy de esos perros a los que les gusta saludar a todos sus congéneres. Es que, como te dije varias veces, no estoy muy seguro de si soy un perro o un humano dentro de un perro.
Por eso, no me pinta ni ahí ir a olfatearle el culo a un rottwailer, a un pit-bull o a un pastor alemán... mucho menos a un dogo. Tu nariz puede acabar entre sus dientes. Yo respeto los gustos de todo el mundo, pero tampoco me da mucho interés averiguar el curriculum de los machos. Bueno, sí, alguno que otro puede ser... pero prefiero enterarme de la vida de las chicas del barrio. Y sólo me basta con oler un poquito sus nalgas. Y así soy capaz de mantener una conversación durante un rato. Yo la huelo, ella me huele, yo la huelo, ella me huele... y damos un poco de vueltas en círculo. Si nos caemos bien, corremos un poco alrededor de nuestros amigos humanos.
Soy Aries y a nosotros no nos gusta andar haciendo amistad con todo el planeta.
Hay muchos perros a los que les encanta ir a saludar a todos sus congéneres. Son capaces de cruzar la calle para saludar a alguno. Macho o hembra. Son los "saludadores". Sus rabos se mueven más que sus patas. Pierden mucho el tiempo. En lugar de hacer pis o tratar de encontrar un buen hueso detrás de un árbol, se ocupan de hacer sociales con todos los demás perros del planeta. Está bien, pero no me va. Ya soy un señor grande y selecciono un poco más mis amistades. Soy un perro solitario. Pablo y yo somos suficientes. Claro... a él no necesito olerlo, con sólo mirarlo a los ojos ya sé qué hizo, qué va a hacer y qué piensa.
De todos modos, cómo olvidar esas olfateadas que nos dábamos con Morenita. A veces cierro los ojos y la imagino saltando y corriendo de esquina a esquina, como lo hacíamos siempre. Señora: ¡No soy asqueroso por olerle el culo a su perro! Soy educado. Usted nunca saludó a Pablo ni con su voz, ni con su nariz.

domingo, 30 de octubre de 2011

ESTOY DE REGRESO


Hola, diario. Te preguntarás por qué estuve alejado un tiempo de las letras... Me visitó la tristeza, diario. Saúl fue un gran compañero en la vida y su partida me dejó un poco frágil. Pero luego de miles de suspiros, algún que otro dolor de panza y varias visitas al veterinario (que incluyeron homeopatía canina), aquí estoy: dispuesto a seguir contándote mi vida. A PARTIR DE MAÑANA, ME TENÉS DE REGRESO.

sábado, 6 de agosto de 2011

El gato volador



Hola, diario. Hace días que me pregunto por qué los perros no tenemos la agilidad de los gatos. A veces me da una envidia ver todo lo que logra Néstor gracias a su agilidad... Puede pasar horas a metros del piso y sólo baja cuando se le antoja. Le encanta caminar por encima de todos los muebles y tiene una habilidad tremenda para esquivar cada uno de los adornos que están sobre ellos, sin derribar ninguno. Bueno, excepto al chino de madera, como te conté. Pablo puede dejar la mesa llena de copas y botellas que Néstor, sigiloso, puede avanzar por todas ellas sin tirar ninguna. También se trepa a la reja del patio y sube al primer piso para visitar a los vecinos. Tiene suerte de que a ellos les gusten los gatos. Me da tanta envidia esa agilidad. Si yo intentara treparme a la mesa como hace él, se me iría todo a la mierda en dos segundos. No domino el cuerpo. No sé si este gato hará pilates o algo así, pero tiene un cuerpo acrobático que logra doblar todo. Uno de los juegos que le encantan es cuando Pablo arroja hacia arriba, una ratita de juguete. Él salta en forma vertical, como si tuviera resortes en los pies, para atraparla. ¡Hasta hace piruetas en el aire! Debería trabajar en un circo.

Un día en que yo estaba un poco malhumorado y no soportaba que Néstor sea feliz, le jugué una mala pasada. Cuando el muy pillo estaba esquivando todas esas estatuillas que, tan cuidadosamente, Pablo tiene acomodadas sobre el mueble de madera más alto, junté aire en mis pulmones y lancé tres ladridos potentes. Néstor salió corriendo del susto y no quedó una sola en pie. Lo peor de todo eso es que Pablo me vio. En vez de retarlo* a él, me gritó como si fuera un mal hermano. Y sí, a veces lo soy. Soy tremendamente celoso.

*Retar, regañar.

martes, 12 de julio de 2011

Espera junto a la puerta


Si supiera que lo espero junto a la puerta.... No lo sabe. Cuando él se va algo falta. Sé exactamente el tiempo que tardará en volver. Y pienso en las contadas cosas que puedo hacer mientras sucede esa espera. No puedo hacer demasiado porque estaré ocupado esperando. Me lleva mucho tiempo quedarme ahí, echado, oliendo y parando las orejas para percibir esas sensaciones que se cruzan por mis sentidos para perturbar la espera, para distraer. Pero yo no me muevo. Hasta dejé mi marca en la pared blanca. De tanto echarme allí, quedó una mancha gris. Aunque sé muy bien que la espera es de otro color. La espera es esperanza, es amor, es ese tiempo vivo (no muerto) que se compensa con la llegada.
A mí también me esperan. Cuando me voy, Néstor se queda esperándome en la puerta. Maulla sin parar. Puede quedarse horas así, hasta que regreso. No hace lo mismo con Pablo. Nuestro corazón toma pertenencias. Pablo me pertenece, pero parece que yo le pertenezco a Néstor.
Qué lindo es esperar junto a la puerta...

jueves, 7 de julio de 2011

Malcriado



Hola, diario. Confieso que he sufrido un retroceso en mi comportamiento. Mis modales ya no son los de antes. Pablo está algo decepcionado. Pero puedo explicarte porqué. Desde que convivimos, él me explicó que no hay que pedir comida cuando las personas cenan. Siempre, cuando terminan de cenar, me dan un poquito. Me enseñó a que hay que comportarse y no molestar si están hablando. Me explicó que es extremadamente peligroso bajar del cordón de la vereda, en la calle, porque puede aplastarte uno de esos monstruos sobre ruedas, que son taxis, pero de otro color. También me dijo estrictamente que no debo ladrar en casa para evitar molestar a los vecinos. Cierro el pico. Me contó muchas normas de comportamiento básicas que son imprescindibles para una buena convivencia con el mundo.
Yo las aprendí... pero me estoy olvidando algunas, de vez en cuando.
Es que Pablo viaja mucho. Y cuando Pablo viaja, me cuida el resto de la familia. Y el aspecto más divertido de esa ausencia es que ellos me malcrían mucho. El santo de Raúl me dejaba hacer de todo, pero como era muy mayor yo le hacía más caso. Fina es lo opuesto a Pablo. Como toda mamá, me da de comer a cada momento. Cosas ricas y cosas horribles que escupo cuando no se da cuenta. Se cree que puedo comer todo lo que ella come. Es casi cierto. Los otros días me quiso dar pepinos. Pero qué horror. María Elena, la hermana de Pablo, su esposo Luis y los hijos, me dejan hacer absolutamente todo. Puedo apoyar las dos patas delanteras en la mesa para alcanzar mejor la comida, me permiten ladrarle el señor despeinado del kiosco, tomar agua del inodoro y saltar sobre sus cabezas cuando están hablando algo importante.
Claro, cuando regresa Pablo, me olvido un poco de la disciplina. Ahora, mientras como las galletitas que dejó sobre la mesa, estoy tratando de recordar normas de conducta.

miércoles, 6 de julio de 2011

Beber el agua prohibida



Hola, diario. ¿Te hago una consulta? Cuando tenés sed... ¿no te vas corriendo a tomar agua al inodoro? Creo que es de lo más normal. No sé por qué a Pablo le molesta tanto que haga eso. Es agua fresquita, en gran cantidad, a veces saborizada... Ya sé que tengo mi plato con agua, que compartimos con Néstor, pero me da fiaca ir caminando hasta la cocina cuando me agarra sed en el dormitorio, por ejemplo. Prefiero pasar por el baño y terminar con ese trámite rápido. Pero si Pablo me pesca con el cogote en el borde del inodoro y las patas delanteras colgando, dando largos sorbos de agua... ¡Pone el grito en el cielo! Yo lo miro de reojo como diciendo: "Me pescó el hincha pelotas".
Días pasados, mi hermano menor, Néstor, hizo lo mismo. Pero como tiene miedo de ahogarse en el inodoro, prefiere beber del bidet, que tiene una pequeña pérdida. Bueno, el lunes pasado ocurrió lo que tarde o temprano iba a pasar. Pablo entró al baño, con su toallita, como siempre, para bañarse (qué costumbre horrible de hacerlo todos los días) y nos pescó a los dos bebiendo. Yo me quedé perplejo, pero a Néstor -que nada le importa- siguió bebiendo como si nada. Pablo no nos retó. Se acercó sigilosamente al bidet y abrió la canillita del costado. Ahí nomás, salió un chorro enorme de agua hacia arriba que nos empapó. En dos segundos, Néstor estaba en el patio sacudiéndose. Yo seguía feliz, mojándome porque me encanta. Quedamos los tres empapados y a mí me encantó.
Pero ayer pasó algo desagradable. No voy a entrar en detalles, diario. Pero me di cuenta de por qué Pablo no quiere que beba del inodoro.

sábado, 28 de mayo de 2011

Escondidas



Hola, diario. Ayer nos pegamos un susto tremendo. Noto que a Néstor le gusta mucho esconderse y aparecer cuando a él se le antoja. A veces, Pablo descubre su ausencia y comienza a llamarlo por todos lados. El muy turro no aparece y lo tiene al pobre una hora buscándolo. Cuando él lo dispone, aparece lo más campante, desperezándose, como si nada hubiera ocurrido. Sé que Pablo lo quiere ahorcar cuando pasa eso, pero termina alzándolo y moliéndolo a besos.
Ayer volvió a hacer lo mismo. Sólo que estuvo toda la tarde buscándolo. Yo creo que se lo hace a propósito, porque los gatos tienen algo de zorro. Mi olfato lo descubre inmediatamente, pero yo no soy buchón*, así que no digo nada. Me da lástima por Pablo, pero tengo la excusa perfecta: no tengo manos ni dedos como para señalar dónde está. Pobre. Hasta revisó en los lugares más insólitos, como cacerolas y cajas de zapatos. También fue a preguntarles a los vecinos si no lo vieron por ahí. No hubo caso. Finalmente me dio lástima y decidí convertirme en un delator. Sin dedos, pero con mi hocico, le señalé a Pablo dónde estaba el muy sinvergüenza. Dormía profundamente adentro de una de sus valijas. Una vez más, pensé que Pablo le gritaría "gato desconsiderado", como mínimo. Pero no. Sonrió, lo abrazó y le llenó la panza de besos.
Hay bichos con suerte.


*Alcahuete.

martes, 24 de mayo de 2011

Regalitos



Hola, diario. Finalmente, Pablo decidió regresar. Ya estaba pensando en que se había fugado de mí. Volvió con sus valijas* repletas una vez más. También está más bronceado, por lo que supongo que estuvo de vacaciones. Cada vez que esto ocurre tengo una gran contradicción. Por un lado, tengo ganas de enojarme con él por haberme dejado tantos días, aunque no puedo contener la emoción y lloro de felicidad y no puedo parar de lamerle la cara cuando entra. Es que mientras no está no la paso mal. Parece que la ausencia definitiva de Raúl obliga a que Fina ya no pueda venir a quedarse conmigo, pero se queda a vivir conmigo esos días Verito, la sobrina de Pablo e hija de María Elena. Casi casi que se vuelve más divertido. Es más joven que Pablo y me hace jugar muchísimo. Nos re-cagamos de risa todo el tiempo. Andamos en pantuflas por la casa, vemos todas las películas que podemos y me deja lavar los platos de comida con la lengua. Y además de todo eso, me deja dormir a su lado y me abraza. Lo pasamos genial.
Pero a pesar de todo, no puedo evitar extrañar* a Pablo. Es como que me falta su olor, entonces a veces me robo alguna de sus medias* y me la llevo a alguno de mis rincones exclusivos.
Pero lo más divertido de los regresos de sus viajes, es el ritual de la valija. Sé muy bien que dentro de esa valija enorme hay un regalo para mí. Entonces, entre mi desesperación por abrazarlo se mezcla mi ansiedad por saber qué hay ahí adentro para morder, comer o jugar. Tengo ganas de morderla toda y meter el hocico lo más hondo que puedo hasta encontrar aquello que es para mí, que es la prueba del amor incondicional de mi mejor amigo.
Esta vez me trajo dos regalos. Lo primero que encontré fue una pelota cachirula con forma de perrito. Pensé: "un mal gusto incontrolable para hacer regalos". La arrojó como para que la fuera a buscar, pero la ignoré completamente, que vaya a buscarla él con sus dientes tan poco puntiagudos. Seguí buscando y encontré EL regalo. Trajo algo precioso para mí y para Néstor: dos platos de comida llenos de dibujitos. El mío, estaba decorado con perros de distintas formas y tamaños, todos sonrientes. El de Néstor, lógicamente, tenía gatos, también contentos, mostrando todos sus dientes parejos. Ahora se suma otro motivo para tener ganas de comer a cada momento. Tengo un plato especial, con dibujos especiales, comprado con un cariño especial. Soy un perro con suerte.

*maletas.
*echar de menos.
*calcetines.

viernes, 29 de abril de 2011

Feliz Día del Animal


Hola, diario. Ayer estuve tratando de descifrar un poco una conversación que tenían unos amigos de Pablo y eso me llevó a pensamientos filosóficos. Parece que hablaban de alguien que no era buena persona, porque la nombraban y arrugaban la nariz y el ceño. Luego noté que uno de ellos exclamó: "¡Es una perra!". Miré para todos lados y no había ninguna por ahí... Luego los demás repitieron cosas como: "¡Sí, es una terrible perra!". Y me di cuenta de que no hablaban de ningún animal, sino de una persona a la que le decían perra a modo de insulto. Me sentí muy ofendido. Me pegué media vuelta y me fui a descansar y a recapacitar en mi sillón favorito.
¿Cómo puede ser que para insultar a alguien mencionen el sagrado apelativo "perra"? Yo nací de una perra. Y estoy orgulloso de ser un hijo de perra. Yo no le grito "¡persona!" para insultar al pitbull altanero de la otra cuadra. Digo yo... ¿Las personas se darán cuenta de lo que hacen siempre?.. Yo no conozco perros malos, ni animales malos, en general. El pitbull de la otra cuadra es un jodido con sus congéneres porque sus dueños le enseñaron a odiar a los demás perros. Pero no es su culpa. ¿Por qué no dirán "es leal como una perra"? ¿O por qué no dirán "es trabajador como un burro"? ¿O "es inteligente como un caballo"? ¿O "es tan libre como un gato"? ¿O "más cariñoso que un perro"? ¿O "más dulce que un conejo"? ¿O "tan abnegado como una hormiga"?
No entiendo, diario. Estoy ofendido. Por eso, levanto el hueso de caracú que me regaló Fina para brindar por los perros, gatos, caballos, burros, pájaros y todos los animales del mundo. Brindo con el deseo de que los humanos, que tienen el poder sobre todo, puedan observar más de nuestro interior... para aprender. Para ser mejores.

sábado, 23 de abril de 2011

Restos

Hola, diario. Si supieras lo difícil que es, a veces, poder afanarte* un pedazo de comida te sacarías de la cabeza esa idea de haber deseado ser perro (porque después de leerme a mí, seguramente te habrá pasado eso). Puede resultar indignante. Yo soy capaz de entregar el alma por un bocadito de comida humana. Para qué negarlo. Por un pan soy capaz de traerte las pantuflas cuando las necesites y por un pedacito de hamburguesa, me agarro la correa con los dientes y me paseo solo. El dictador en ese aspecto es Pablo. No le gusta nada que coma lo que sobra de la mesa. Por eso me gusta tanto cuando vamos a visitar a Fina o al resto de la familia. Cuando Pablo no mira, ellos comparten pedacitos de su comida durante la cena, o me permiten robar lo que sea. No siempre es fácil, pero ese trabajo de estirar el pescuezo lo máximo posible para alcanzar lo inalcanzable, tiene un resultado maravilloso. Y lo ves en tu paladar.

*Robarte

Compartir

Hola, diario. Vos viste que a mí me cuesta mucho llevar a cabo el concepto de la palabra "compartir". Sí, soy egoísta, lo admito sin preocupación. A veces me enojo porque no entiendo cómo se puede no prestarme atención. Soy macanudo, divertido, cariñoso, carismático... algo de facha tengo. Entonces cuando vienen visitas no puedo evitar intentar llamar la atención. Del mismo modo, me desespero cuando Pablo le da un beso a alguien o le hace upa al gato.
De todos modos, debo admitir que es el gato quien me enseñó a compartir un poco el tiempo, la atención y el cariño. Ocurrió casi sin querer. Un día no me di cuenta y estábamos jugando los tres: Pablo, Néstor y yo. ¡Y cómo nos cagamos de risa! Yo tomé por asalto la cama y empecé a correr en círculos por ella. Néstor pegaba saltitos para subirse y ahí comenzó el juego de impedírselo. La idea era luchar por la supremacía de la cama. Mientras, Pablo nos cantaba cantitos tan horrorosos como incentivadores. Nos enfervorizaba y, mientras, nos daba palmadas. ¡Uy, cómo nos matamos de risa! Te juro, diario, que quedamos agotadísimos de correr y reírnos. Tuve que ir a tomarme un trago de agua al inodoro para recuperar fuerzas. Y Néstor, que nunca se cansa, quedó desparramado sobre la baldosa más fresca que encontró.
Luego de ese juego me di cuenta de lo que habíamos hecho: compartimos un rato. ¿Por qué habrá pasado eso? Me parece que le caché mucho cariño a ese gato.

jueves, 31 de marzo de 2011

Travesuras gatunas


Hoy Néstor amaneció colgado de la persiana. Parecía uno de esos muñecos que se pegan en los vidrios y no se salen más. Todo estirado, como crucificado, pero moviendo la cabeza para atrás viendo cómo bajar. Pablo se despertó por los maullidos y no entendía nada. No sabía si asustarse o largar una carcajada. La verdad es que era graciosa la posición, con los brazos en alto y las piernas colgando. Cuando lo bajó, salió corriendo del susto a esconderse. Yo te cuento cómo fue porque lo venía vigilando desde antes de que Pablo se despierte. Madrugó y estaba aburrido, entonces se puso a recorrer la casa, así haciéndose el sigiloso, como siempre. En un momento se paró frente a la persiana, que estaba baja hasta el piso porque a Pablo le molesta la luz del día cuando duerme. La observó y no vas a creer lo que empezó a hacer: puso sus patitas delanteras en cada una de las tablas de la persiana y comenzó a trepar. Como si fuera una escalera. No sé qué le pasa a este chico... se cree cucaracha que puede caminar por las paredes. Claro... llegó arriba de todo y ya no supo bajar, así que clavó sus uñas y se quedó ahí colgado.

Néstor es muy travieso. Hace cosas que yo no haría (como colgarme de la persiana, por ejemplo). Como tiene esa habilidad envidiable de saltar muy alto y treparse por todos lados, se cree que tiene derecho a la investigación en las alturas. Todo quiere oler. Todo quiere recorrer. Camina entre los libros de Pablo con habilidad de equilibrista. También lo hace entre unas estatuas de adorno, que están sobre un aparador. Deambula en zigzag entre ellas sin moverlas... hasta que llega a un chino de madera. No lo quiere. Lo empuja con la patita y el chino queda dando vueltas sobre su base redonda. Escuché a Pablo un día, cuando regresó del trabajo, que dijo: “Este chino está vivo”.

Pablo le compra unas ratitas de juguete. Puede pasarse toda la tarde corriéndolas, revoléandolas por el aire. A veces me da bronca que se divierta tanto y se las destrozo con los dientes (odio que no me presten atención a mí). Sino, Pablo le hace pelotitas de papel y puede pasar horas jugando con ellas. No se cansa nunca. Tiene una energía envidiable.

Pero es tan inquieto que tengo miedo de que sus travesuras lleguen más lejos y me echen la culpa a mí.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Pequeño manual para que no te pisen



Lo de andar en el piso tiene ventajas y desventajas. Por un lado te sentís libre y desparramarte donde querés, con la tierra bien cerca de tu esencia. ¡No sabés las cosas que escuchás y sentís en el suelo!
Pero también corrés riesgos. Los humanos tienen la costumbre de caminar en dos patas, lo que los hace mucho más grandes que uno. Y como miran hacia la altura de sus narices, muchas veces no te ven. Entonces, sin querer, te patean, te pisan la cola o las patas o, incluso, pueden tropezarse con vos y caerse. Si eso ocurre, sin dudas, vos tendrás la culpa. Por lo tanto, hay que tomar ciertos recaudos como para no largar un chillido agudo de dolor y que, encima, te reten. Es que cada vez que gritás porque te pisan, se asustan y, en lugar de hacerte "sana-sana", te cagan a pedos*. Te aconsejo lo siguiente: tratá de no comer atravesado o podés convertirte en un felpudo; cuando estás feliz, no des saltitos alrededor de sus piernas, te van a pisar la pata; no camines demasiado cerca de ellos, son torpes y aplastan; si te quedás dormido de cansancio, no lo hagas bajo el marco de alguna puerta o en alguna curva de la casa; y lo más importante: si les hacés el honor de dormirte a los pies de sus camas, tratá de despertarte antes que ellos, sino, cuando se levanten, pueden confundirte con una pantufla.


*Regañar.

martes, 15 de marzo de 2011

Pichín


Hola, diario. Hoy batí mi récord. Pude mear en el radio de tres manzanas sin que se me termine el pis. Es un arte que el perro va adquiriendo con el paso del tiempo. Estaba muy preocupado porque somos muchos perros en este barrio y si no te hacés respetar estás listo. Para eso, es necesario dejar tu marca de orin en cada rincón. Todo un arte. Respeto las meadas de las hembras, pero hay que tapar las de los machos. Para eso, hay que administrar muy bien el pis. Aunque no te hayan sacado a pasear en horas, hay que contenerse de largar todo en la primera meada. A su vez, hay que tratar de no agotar los riñones y que te resistan por lo menos entre 12 y 15 años. Es un trabajo minucioso. Casi una sinfonía renal. Pero es irrefrenable. A cada aroma a nuevo perro, una meada cortita. A cada olor a perro bravo y machote, un chorro con más fuerza. Si hay una señal de perra bonita, una meada más suave y artística. Ay... ¡cómo me gusta hacer pis! El piyar es la esencia del perro. Y nuestros mejores amigos en este menester son los árboles. Nos toleran todo tipo de descarga. Eso sí, tenés que tener mucho cuidado de los porteros y porteras. Odian que les piyes los árboles de sus casas. Los cuidan más que a sus nalgas. El peor enemigo del perro es el portero. Lo tengo muy claro. Peores que los chinos.
Desde hace tiempo me entretengo pensando en cuántas cuadras y esquinas soy capaz de dejar mi marca. Creo que ya tengo un territorio bastante amplio como para hacerme el guapo. Bueno, de todos modos, es un trabajo que no se termina nunca. La competencia es feroz. Pero mi pis también lo es.

martes, 8 de marzo de 2011

Niñez



Hola, diario. No sé cómo hacer para explicarle a este chico Néstor que mi abrigo de invierno no es su mamá. Desde que llegó está obsesionado con transformar en su mamá a todo lo que tiene pelos. Demás está decirte que lo quiso hacer conmigo, pero lo saqué cagando. Le tengo cariño y me provoca ternura, pero de ahí a dormir con un gato... a sufrir ese bochorno, de ninguna manera. Un día estaba yo acostado pensando en la nada, y se me acerca Néstor con rostro entre voraz y dulce. ¡Podés creer que, con sus patitas delanteras, empezó a rascarme la panza, así como si estuviera haciendo un paso de hiphop! ¡Me pinchó! ¡Tiene las uñas muy afiladas!
Luego hizo lo mismo con Osito 8, hasta que se acostó encima y comenzó a mamar la leche que Osito no tenía. Ahí me di cuenta de lo que le pasaba. Extraña la teta de su mamá. Pobre pibe. Otro huérfano más en este mundo. Y bueno... bienvenido al club. Ahora Pablo, que es medio huerfanito, Néstor y yo.
Como Osito 8 le resulta un poco incómodo, ahora tomó a mi abrigo de lana como su madre. Hace la misma ceremonia. Apoya sus manitos, y comienza a amasar la lana, hasta que se acuesta sobre ella y comienza a chupar. Pobre pibe. Me da una ternura... Me paro a su lado y trato de explicarle con la mirada que eso es inútil, que no es su mamá y que no va a sacar nada más que pelusas, pero bueno, no entiende.
Yo no recuerdo cuándo dejé de tener mamá. Ni tampoco cuándo dejé de ser chico. Trato de hacer memoria y recordar, pero es inútil. Algún día, mi mamá no estuvo más. Ahora que lo veo así a Néstor me dan ganas de volver a verla. Y también me dan ganas de recordar cuándo fue que crecí. No sé si fue un día que me desperté y ya estaba así de grandote o fue la sobrealimentación que me dio Fina. Creo que fue sin querer que crecí. Así sin darme cuenta.
Uno no debería perder la memoria de estas cosas. Uno debería prestar atención al crecimiento, para poder conservar un poco de inocencia, de frescura. Voy a tratar de que Néstor crezca muy de a poco. Ya está. Lo voy a educar yo. Quiero que, dentro de unos años, sea un gato de pelo en pecho, pero que conserve esa capacidad de sorpresa permanente que tiene. Espero no olvidarme.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Un chau no es un adiós


Hola, diario. Hoy es un día triste. Tal vez más triste que el día que se murió Zsá Zsá o que aquel día en que Pablo volvió a casa y tuve que consolarlo durante unas cuantas horas.

Hace tiempo que Raúl no estaba bien. Ya no me venía a sacar a pasear como siempre. Quien venía a casa a mimarme cuando Pablo no estaba eran sus sobrinos o Fina.

Un día, fui a la casa de Fina y Raúl y lo encontré a él en la cama. No se movía mucho, pero me dejaron acostarme con él y darle muchos besitos en la pelada. Supe que no estaba bien, por eso, me molestaba mucho cada vez que alguien se le quería acercar a él.

Eso pasó durante varias semanas. Un día, vino el veterinario a querer tocarlo y le gruñí. Tanto que tuvieron que sacarme de la habitación. Nadie iba a meterse con mi abuelo humano. Raúl no tenía moquillo, sólo tenía mucha edad. Tal vez 18 años… o 20… ¿o hasta 25? Eran muchos años y creo que le cayeron todos encima y lo estaban aplastando. Entonces, ¿para qué un veterinario? En cada visita me ponía muy nervioso porque tenía mucho miedo de que quisieran sacrificarlo.

Cada vez que nos íbamos de la casa de Fina y Raúl, Pablo me decía: “Saludá a Raúl”. Y yo pegaba un salto sobre la cama y le lamía la pelada. Eso se convirtió en un ritual. Y él me devolvía el saludo con esa sonrisa enorme que te acariciaba el alma.

Pero con el tiempo noté que Pablo ya no me llevaba a la casa de sus padres con frecuencia y, cada domingo (viste que yo sé identificar los domingos), él regresaba invadido por la tristeza.

Ayer ocurrió algo extraño. Inolvidable para mí. Tuve un presentimiento. Algo que me envolvió el cuerpo en una especie de capa helada. Pablo estuvo ausente todo el día y tuve que aguantarme las ganas de hacer pis durante largas horas. Pero supe que algo muy malo estaba pasando para que ocurriera eso. Pablo regresó a la madrugada. Me abrazo y comenzó a sacar agua de sus ojos casi sin parar. Le lamí las lágrimas, pero éstas parecían no tener fin. Imaginé lo que había ocurrido. Salimos a pasear en silencio. Sigilosos. Con el alma acorralada por nuestro corazón.

Luego se bañó y, al poco tiempo, volvió a salir. Triste.

Pasaron las horas, la preocupación, las teorías... hasta que sentí las llaves en la puerta. Era Carolina, una de las mejores amigas de Pablo. Me saludó muy afectuosamente, tomó la correa y me sacó a pasear. Pero luego de pasear, me hizo subir a su auto. No tenía los colores del taxi. Era un auto propio. Tenía el olor a dos perras de distintos tamaños y prácticamente la misma edad. Viajamos unos 30 minutos y llegamos a un lugar. Un lugar especial. Supe qué sitio era. Sentí los olores, las presencias, las energías… sentí el umbral de la vida.

Subimos las escaleras y allí estaba reunida toda la gente que conocí durante mi convivencia con Pablo. Si no fuera porque una pulga hacía un orificio asesino en una de mis nalgas, hubiera pensado que estaba en una especie de limbo donde todos vinieron a saludarme. Pero no, no era yo el protagonista. Avancé sigilosamente entre todos ellos, saludé a los que pude, hasta que vi a Pablo. Lo abracé, como siempre, y estuvimos un largo rato así. A él le brotaba el agua por los ojos. Igual que a algunos de los demás. Mi olfato sabía que Fina estaba por allí. La encontré y me abalancé sobre ella. También lloraba mucho. Giré sobre mí mismo en el piso para permitirle que me rasque la panza, algo que a ambos nos fascina. Es nuestro código. Luego la seguí hacia donde iba. Allí un aroma me resultó conocido. Era familiar, pero extraño. Un olor que fue cotidiano pero que había mutado y aún podía reconocerlo. Hasta que lo descubrí. En una especie de caja larga, enorme, estaba descansando el cuerpo de Raúl. Pude olerlo. Me erguí en mis dos patas traseras, apoyé mis patas delanteras en la caja y vi que allí estaba, tieso, inerte, sin vida. Era la carne donde había habitado Raúl, que ya no estaba ahí.

Me visitó la tristeza. Me dio un gran escalofrío y una mezcla de alivio de saber que su agonía había terminado. Por eso me quedé, vigilante, tieso, cumpliendo mi labor de “amigo para siempre”, debajo de esa caja alargada. Allí estuve un largo rato, en silencio, percibiendo, recordando, intercambiando mi energía con esa que rondaba, que se alejaba y no terminaba de hacerlo.

Pasé largas horas en ese lugar, recibiendo con cordura a la gente que llegaba y sin despegarme de Fina, de Pablo y de lo que había sido mi viejo Raúl.

Cuando sentí el agotamiento, me volví a recostar debajo de la caja larga y me puse a pensar en él, en su sonrisa eterna, en sus palmadas (siempre que me acariciaba me palmeaba el lomo), en sus silbidos… Raúl cantaba o silbaba cada vez que me sacaba a pasear. La gente lo miraba, pero a él no le importaba. Cantaba en voz alta, orgulloso, divertido. También me hablaba mucho. Cosas muy rápidas, en una jerga de humano adulto que no lograba entender del todo pero que veneraba. Sus confidencias me hacían sentir importante. Me sentía su amigo íntimo. Luego, cuando se cansaba, encendía el televisor, se quedaba dormido y yo hacía lo mismo, tendido a su lado. Así podíamos pasar horas.

Con Raúl compartíamos una intimidad tan alegre, tan simple, que me hizo entender que la vida puede ser placentera y feliz incluso cuando la persona que más amás no está a tu lado.

Físicamente sé que mi abuelo humano se fue para siempre y me da muchísima pena. Pero sé muy bien que puedo visitarlo cuando quiera. Como lo estuve haciendo todo ese rato. Sólo cerrando los ojos y dejando que mi corazón lo piense tal como había sido. Así lo hice y me encontré con su sonrisa enorme, su mano bruta para darme palmadas, y comencé a correr, de felicidad, a su alrededor. Lo visité con el alma. Nos despedimos y, con esos ojitos llenos de años, me aseguró que podría visitarlo de ese modo, cada vez que quisiera.

Estoy triste, sí. Pero Raúl vive adentro mío. Chau, diario, no puedo escribir más.

jueves, 3 de febrero de 2011

Remedio


Hola, diario. A veces me doy cuenta de que Néstor y yo podemos ser un remedio para Pablo. Los seres humanos son raros. Todo lo que viven es extremo. Suelen traspasar lo natural de sus emociones. Bueno, o lo natural que pueden ser las emociones para un perro. Pueden regresar a tu casa con un cansancio que tiene el efecto de un huracán. Quedan devastados, rotos. Aunque no es para siempre, luego se reconstruyen. O pueden volver también en situación de angustia y tristeza superlativas y te da la sensación de que van a derretirse hasta quedar hechos sólo partículas. Y también el clima interno de ellos puede entrar en ebullición y volverlos una furia personificada. Los seres humanos se enojan mucho, nosotros con un mordisco lo arreglamos todo. Dura segundos. Lo de ellos puede prolongarse.
Pablo sabe de eso, de esa tremenda falla de la naturaleza humana. Entonces me doy cuenta de que, cuando su cansancio lo consume, su tristeza lo empapa o su enojo lo quema, recurre a mí o al gato. Comienza a acariciarnos lentamente y, luego nos abraza fuerte. Pone su cara sobre mi cabeza o sobre la cara de Néstor y no nos suelta. Nos aprieta un poco, pero sabemos que lo estamos curando. Puede quedarse así un buen rato, y si le damos besitos se le escapan todos los suspiros al mismo tiempo. Ese abrazo caluroso y sincero entre amigos-hermanos cura. Yo me di cuenta de que, luego, vuelve a ser de a poco ese Pablo animal que tanto quiero.
Hay que ser muy observador y darse cuenta de cuándo una persona necesita abrazar o dejarse abrazar. Por eso me di cuenta de la utilidad que tenemos los perros y gatos. Somos fantásticos para eso. Siempre vamos a estar dispuestos al abrazo y la caricia porque nos alimentamos de eso. A veces Pablo nos abraza fuerte al mismo tiempo a los dos y eso nos hace feliz.
Mi deseo de esta semana hacia arriba es que todos los seres humanos puedan tener un amigo perro o gato para consumir amor a montones.

lunes, 24 de enero de 2011

El sillón y los celos

Y el sillón se volvió a mover... Como te lo adelanté. Lo odio. A gatito nuevo hay que sumarle sillón nuevo. ¡Basta de cosas nuevas en esta casa! Pablo y yo éramos suficientes y teníamos todo lo que necesitábamos. Ahora tenemos un piojo peludo que anda por toda la casa a los saltitos diciendo “mau, mau, mau” y un sillón que ocupa toda mi pared favorita y obligó a que moviéramos todos los muebles. Esperé dos días como para volver a hacer una maniobra poltergeist. Luego, con todas mis fuerzas, volví a correr el sillón hasta la mitad del living. Y Néstor me ayudó un poco en mi maniobra de destrucción. Se afiló las uñas en él por lo menos tres veces. Pablo se enfureció. Me gritó y me dijo de todo. “Pelotudo” fue lo más suave que le escuché. Nunca me había insultado así. Como castigo, me dejó un rato afuera, en el patio. Ya tengo dominado ese castigo. Pongo cara de compungido, me voy a un rincón y lo miro de reojo. No lloro, ni nada. Me las aguanto estoico. Es la conciencia de Pablo la que me rescata siempre. Le carcome el cerebro tanto que, al cabo de un ratito, me abre la puerta y me deja entrar.

Al día siguiente volví a repetir mi piquete, pero con un agregado. Con los dientes pude agarrar uno de los almohadones enormes que tiene el sillón y lo revoleé bien lejos. Lástima que le quedaron los agujeritos de mis dientes (no puedo controlar mi fuerza brutal). Néstor miraba asombrado pero, como todo chico, aprovechó el lío y se puso a saltar en los almohadones y a afilarse las uñas en la parte trasera del sillón.

No medí las consecuencias. Para Pablo fue una catástrofe. Edilicia y moral. En primer lugar, se tomaba la cabeza y no podía creer la semidestrucción de su sillón nuevo. En segundo lugar, creo que estaba decepcionado de mí. Se enfureció. Tomó el diario del domingo (que es pesadísimo) y me pegó con él en la cola. Luego me echó al patio y, como no se le iba el enojo, me ató. Confieso que me asusté un poco. ¿Sabés qué pasó después? Vino Néstor hacia mí y comenzó a darme besitos en la cabeza. Pablo lo llamó para acariciarlo y darme celos, pero él se quedó firme con el desvalido. O sea, yo. Fue el fin de mis celos de Néstor. Creo que, definitivamente, le caché cariño.

La actitud de amor de este chico gato hacia mí hizo que Pablo se ablande más rápido de lo previsto. Luego, como siempre. No me habló hasta que nos fuimos a dormir y, al día siguiente: “¿Olvidado? Olvidadooooo”.

En consecuencia, no volveré a tomar represalias con el sillón... y la paz volverá a nuestro hogar.


miércoles, 19 de enero de 2011

Sillón nuevo


Hola, diario. Ayer, Pablo y un amigo suyo trajeron un nuevo sillón. Grande, de un color que no puedo definir (me suele ocurrir eso). Apenas los vi llegar, me dije a mí mismo: "No me gusta". No sé porqué... Viste que a la estética no le doy mucha importancia, pero este sillón no me gustó. Bueno, te lo tengo que admitir. Creo que deposité mi malhumor de los últimos días en este sillón nuevo. Vengo chinchudo*. Es que soy celoso, qué le voy a hacer. Noto que las gracias que hace este chico Néstor desarman de ternura a Pablo. Entonces se la pasa jugando con él o, como es muy chiquito, lo levanta permanentemente. Hasta ven televisión juntos. Bah... el chiquitito se enrosca y se hace una pelotita peluda sobre su pecho, donde se queda dormido. Yo mismo veo cómo a Pablo le caen las gotas de transpiración y, así y todo, soporta al gatito sim-pá-ti-co. Ya ese grado de confianza no me gusta. No le hablo más a Néstor. Lo ignoro desde hace dos días. Me busca y revoleo la mirada hacia todos lados, como haciéndome el distraído. A él no le preocupa demasiado, se pega media vuelta y sigue dando saltitos por ahí (tiene una habilidad impresionante para cazar moscas).
Creo que por eso le tomé odio al sillón. Ayer, cuando Pablo se fue a trabajar, me agarró un ataque de furia en contra de ese maldito sillón. No pude morderlo, así que con mi hocico, junté fuerzas y lo empujé. Lo corrí tanto que quedó justo en el medio del living. Cuando llegó, Pablo no lo podía creer. Se quedó tieso. Debe haber pensado que había poltergeist. Miraba el sillón y me miraba a mí (yo revoleaba la mirada para todos lados, haciéndome el desentendido). Me retó, pero contenido. Creo que se fue a dormir sin entender.
Mañana, el sillón se va a mover otra vez.

*Enojado