
Hola, diario. Hoy vino Pablo con refuerzos para sacarme a los invasores de encima. Te confieso que es torturante. Te ponen una pipeta con un líquido espantoso, ácido, en distintos puntos del lomo. Justo allí donde no te lo podés sacar. A medida que ese líquido empieza a penetrar tu piel, sentís como una mezcla de ardor y picazón que te hace ir inquieto de un lado a otro de la casa, sin rumbo, propósito o destino. En unas 24 horas se hace efectivo y todas esas desgraciadas empiezan a morir de a poco. Siento cómo se van cayendo y van dejando de existir. Las imagino gritando, revolcando y sin fuerzas como para salir corriendo a invadir a otro perro.
Ya te conté alguna vez. Apenas Pablo menciona la palabra "pulguitas", así como en un tono muy infantil... yo me desespero. Pero porque me dan ganas de decirle: "¡Sí, pulguitas, tengo pulguitas! ¿Por qué te pensás que me rasco todo el tiempo?". Y cuando aparece con la pipeta salvadora, me dice: "¿Vamos a matar a las pulguitas?". Y ahí entro en desesperación porque, felizmente, sé que esas guachas van a morir pronto, pero también porque el proceso te genera un cosquilleo para nada placentero.
Como recuerdo, hoy me quedaron dos enormes ronchas en mi pancita y otra en mi pata. Un disgusto con final más o menos feliz.
Hola Francis, se te salieron ya esas desgraciadas???? vos pedile a Pablo que te ponga la pipeta siempre asi no se suben màs esas cretinas, que se vayan a molestar a otro lado, que se creen!!!
ResponderEliminarBesitos,
Alejandra
jajajjajajaj excelente!!!
ResponderEliminarmàs tierno! Saludos desde Rosario
ResponderEliminar