Hola, diario. Te voy a hablar de un vecinito de acá a la vuelta que me tiene bastante podrido. Es un cancherito* repugnante. Es un beagle, raza que no siempre me cae del todo bien. Ladran como si tuvieran una papa en la boca y son como petisos que fueron al gimnasio. Cada vez que nos cruzamos me ladra así con esa voz de gangoso: "ou, ou, ou, ou". ¡Dejate de hinchar! ¿Qué te pensás, que cazaste un pato? ¡No hay patos en esta ciudad! Además se hace el bravo porque está con correa. Te juro que cuando hace eso, yo ni le contesto. Sigo de largo, lo miro de reojo y meo en el primer árbol que encuentro. Para que sepa muy bien quién soy. No me gusta que me puteen sin motivo. El se cree que porque le compran el alimento balanceado más caro y porque tiene una correa de Pluto es más que uno... Psss... Concheto*...
Por suerte no siempre me lo cruzo. Pero cada vez que paso por su casa, esté o no esté en el porche de entrada, me encanta emprender carrera y ladrarle sin parar. Lo imagino adentro, desesperado por contestarme. A veces, cuando está en el porche, nos puteamos casi cara a cara, pero como hay una reja de por medio, no nos podemos hacer nada. A esta altura, creo que ya es es un juego que hacemos. Es hasta divertido. ¿Será que en el fondo nos estaremos haciendo amigos?
*Sabiondo que alardea.
*Pijo.
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