Hola, diario. Estos días de frío y con tormenta no colaboran para que uno esté contento. Sé que a Pablo le cuesta sacarme a pasear cuando el clima está así. Él se llena de abrigos, pero a mí me gusta andar en bolas, aunque haga frío. No me importa mucho mojarme. Y contento o de malhumor encuentro un placer especial en mojar mis patas en los charcos que se hacen en las veredas*. Mojarte las patas ahí es sentirte libre, sentir que tenés medias* frescas, vestir tus patas de tierra. Dentro de un edificio te ves como un ser humano. Los charcos de lluvia te devuelven un poco a la naturaleza y te ensucian con partículas de salvajismo. Entonces caminás como un señor, con toda la libertad a cuestas, chorreando ese regalo del cielo.
Pablo detesta eso porque, cuando entramos a casa, me tiene que secar con una toalla. Con las patas es más estricto. Me las limpia con papeles y, si están muy embarradas, directamente me las lava. Internamente le pido disculpas, pero quién me quita ese placer de que la lluvia y yo seamos uno solo, por un ratito.
*Aceras.
*Calcetines.
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