
Y el sillón se volvió a mover... Como te lo adelanté. Lo
odio. A gatito nuevo hay que sumarle sillón nuevo. ¡Basta de cosas nuevas en
esta casa! Pablo y yo éramos suficientes y teníamos todo lo que necesitábamos.
Ahora tenemos un piojo peludo que anda por toda la casa a los saltitos diciendo
“mau, mau, mau” y un sillón que ocupa toda mi pared favorita y obligó a que
moviéramos todos los muebles. Esperé dos días como para volver a hacer una
maniobra poltergeist. Luego, con
todas mis fuerzas, volví a correr el sillón hasta la mitad del living. Y Néstor
me ayudó un poco en mi maniobra de destrucción. Se afiló las uñas en él por lo
menos tres veces. Pablo se enfureció. Me gritó y me dijo de todo. “Pelotudo”
fue lo más suave que le escuché. Nunca me había insultado así. Como castigo, me
dejó un rato afuera, en el patio. Ya tengo dominado ese castigo. Pongo cara de
compungido, me voy a un rincón y lo miro de reojo. No lloro, ni nada. Me las
aguanto estoico. Es la conciencia de Pablo la que me rescata siempre. Le
carcome el cerebro tanto que, al cabo de un ratito, me abre la puerta y me deja
entrar.
Al día siguiente volví a repetir mi piquete, pero con un agregado.
Con los dientes pude agarrar uno de los almohadones enormes que tiene el sillón
y lo revoleé bien lejos. Lástima que le quedaron los agujeritos de mis dientes
(no puedo controlar mi fuerza brutal). Néstor miraba asombrado pero, como todo
chico, aprovechó el lío y se puso a saltar en los almohadones y a afilarse las
uñas en la parte trasera del sillón.
No medí las consecuencias. Para Pablo fue una catástrofe.
Edilicia y moral. En primer lugar, se tomaba la cabeza y no podía creer la
semidestrucción de su sillón nuevo. En segundo lugar, creo que estaba
decepcionado de mí. Se enfureció. Tomó el diario del domingo (que es
pesadísimo) y me pegó con él en la cola. Luego me echó al patio y, como no se
le iba el enojo, me ató. Confieso que me asusté un poco. ¿Sabés qué pasó
después? Vino Néstor hacia mí y comenzó a darme besitos en la cabeza. Pablo lo
llamó para acariciarlo y darme celos, pero él se quedó firme con el desvalido.
O sea, yo. Fue el fin de mis celos de Néstor. Creo que, definitivamente, le caché
cariño.
La actitud de amor de este chico gato hacia mí hizo que
Pablo se ablande más rápido de lo previsto. Luego, como siempre. No me habló
hasta que nos fuimos a dormir y, al día siguiente: “¿Olvidado? Olvidadooooo”.
En consecuencia, no volveré a tomar represalias con el
sillón... y la paz volverá a nuestro hogar.