
domingo, 30 de mayo de 2010
Inquilina

martes, 25 de mayo de 2010
Territorio
viernes, 14 de mayo de 2010
Una tarde en el parque
Hola, diario. Ayer fue un día maravilloso. Ya nos amigamos
con Pablo y ahora nos volvemos a hablar. Se levantó de buen humor y, no sé por
qué, no fue a trabajar. Me dijo: “Hoy vas a conocer Disneylandia”. No sé a qué
se refería, pero era un día precioso como para conocer Disneylandia. Tomó la
mochila, guardó una botella de agua para él, otra para mí y tomamos la calle.
Lo único horroroso del camino es que pasamos por esa
horrible cárcel de animales y me puso los pelos de punta el olor a esos
monstruos que rugen.
De pronto, llegamos a una avenida enorme, enorme, enorme y,
cuando la cruzamos, vi algo impresionante, por primera vez en mi vida. Un lugar
donde todo era verde, con mucho pasto y lleno de árboles para mear hasta
cansarte. Pablo me dijo: “Esto para vos será Disneylandia”. Bueno, no sé si
Disneylandia será algo así como el Edén o algo donde el placer y la diversión
son una sola cosa, porque este parque era eso. ¡Qué felicidad, diario! Corrí
dando círculos, desesperado de la emoción. Luego busqué el palo más grueso y
fuerte y se lo di a Pablo para que lo arroje lejos para ir a buscarlo.
Estuvimos jugando así un buen rato. De pronto, luego de caminar por ese lugar
maravilloso, sin calles ni edificios, vi algo grandioso: un lago.
¡Cuánta belleza junta! No aguanté y salí disparado
corriendo a toda velocidad hacia él. Pablo se desesperó porque escuché que me
gritaba. No me importó y continué la carrera evitando frenar y... ¡Plaf! ¡Qué
placer! Ahí estaba yo nadando y disfrutando de esa agua en medio de la
naturaleza. Hasta era mejor que la piscina de Fernando. El lago es enorme y
sentís cómo unos pececitos muy pequeños te hacen cosquillas en los pies. Creo
que Pablo se quedó tranquilo cuando vio que me podía mantener a flote y que
estaba rebosante de felicidad. Por momentos, tragué un poco de agua y me dieron
arcadas, pero supe cómo dominar la situación. Lo mejor de todo eso es que la
gente que había por los alrededores se agrupó para mirarme. Y vos sabés lo que
me encanta que me miren. Así que hice todas las monerías que pude en el agua.
De pronto, se me ocurrió salir y sacudirme, mojándolos a todos. ¡Qué divertido!
Quise saltarle a Pablo y el muy cobarde salió corriendo para que no lo moje. Lo
perseguí hasta que lo atrapé y lo dejé todo empapado. Luego... ¡al agua otra
vez!
Después de un buen rato, me tuve que quedar tirado al sol
para secarme y descansar de tanta exitación.
Así pasamos toda la tarde, caminando entre lagos, mucho
césped y árboles que ya empiezan a quedar desnudos por el otoño.
Cuando volvimos, obviamente, el obsesivo de Pablo me metió
de cabeza en la bañera para sacarme el barro y la mugre acumulada.
Me eché un rato a sus pies y me puse a reflexionar. Los
perros deberíamos vivir todos en un lugar así, donde poder correr hasta
cansarnos y disfrutar de la naturaleza. No entiendo por qué a las personas les
gusta vivir en el cemento.
Miré a Pablo a los ojos y le pedí que, por favor, volvamos
muchas veces a Disneylandia, desde ahora, mi lugar favorito de placer y
diversión.
martes, 11 de mayo de 2010
Enojados

Hola, diario. Me peleé con Pablo. Sí, no nos hablamos desde
hace casi dos días. Se enojó mucho conmigo porque las otras noches, cuando
salimos a pasear, encontré un hermoso y sabroso hueso de pollo quebrado, en una
bolsa de basura rota. Lo agarré enseguida con los dientes y Pablo se puso como
loco. Tiene la teoría de que los huesos de pollo me pueden matar. El insolente
quiso abrirme la boca con todas sus fuerzas, pero no lo dejé. A obstinado,
obstinado doble. Finalmente se salió con la suya. Me alzó del collar y me
obligó a soltarlo. Ahí nomás, me dio dos chirlos* en el hocico. “¡¡¡No lo hagas
nunca más!!!”, me gruñó. Como si fuera fácil. A ver si él se puede contener si
le ponen una torta de crema con frutillas adelante suyo.
Odio que me quieran sacar la comida de la boca. Además, me
la encontré yo. Le mostré los dientes y le tiré un tarascón. Fue advertencia...
no iba a hacerle nada. Pero no lo tomó así. Se enojó mucho. Me dijo de todo. Me
paseó por la plaza con la correa, volvimos a casa sin hablarnos y no me dejó
dormir en la habitación. Me puse a reflexionar sobre si me había pasado de la
raya. A lo mejor sí... Si el jefe no quiere que coma de la basura, habría que
hacerle caso. Pero no puedo contenerme.
Ayer no me habló en todo el día. Ni siquiera me dio la
golosina de siempre antes de irse al trabajo. Cuando regresó, ni me acarició.
Tomó la correa, me la puso y me sacó a dar una vuelta que alcanzó lo suficiente
como para que haga pis y caca. Me hizo el vacío.
Hoy nos levantamos y, por lo menos, me tocó la cabeza y me
dio un pedacito de una medialuna que comía.
¡Qué chinchudo*! Ya le dije (con los ojos, lógicamente) que
estaba arrepentido. ¿Qué quiere? ¿Que saque una solicitada en el diario?
*Palmada.
*Malhumorado.
domingo, 9 de mayo de 2010
Pelos
Hola, diario. Tengo un problema. Alopecia. Creo que es eso.
¿Quedaré como Raúl, con la frente pelada? Pablo se queja todo el tiempo de que
dejo pelos por todos lados. Hay épocas del año en que, reconozco, los pelos se
me caen a millares y dejan madejas rodando por toda la casa. Es un problema. Es
una porquería que te pase eso, ¿sabés? Yo me doy cuenta de que Pablo me abraza
menos cuando me pasan esas cosas. Lo he visto pasando ese monstruo ruidoso que
le llaman aspiradora por la colcha* de la cama. Por allí donde voy dejo pelos.
Me detuve a pensar si hay ventajas en torno a eso. Pensé en las pulgas que se
quedarían sin hogar y saltarían desesperadas por la casa buscando que el
felpudo cobre vida. Pero no, no había ventajas aparentes... Hasta que mi nueva
veterinaria le dio una explicación valedera a Pablo. No se me cae el pelo para
nunca más volver... lo estoy renovando. Uff... respiramos tranquilos. Creo que
cuando termine de renovarlo todo, voy a quedar precioso. Mientras tanto, Pablo
me baña cada diez o quince días y cepilla día por medio.
Eso de que te cepillen el lomo es muy raro. Me provoca unos
escalofríos tremendos y una mezcla importante de molestia y de placer. En cada
cepillada, Pablo parece sacar un perro nuevo del cepillo. Entonces, yo empiezo
a correr dando círculos, exitadísimo. Jugamos al “te atrapo, te atrapo”.
Él también se queja de que le dejo pelos pegados por toda
la ropa. Es verdad, ayer mismo tenía un pantalón negro que quedó como una
cebra. En uno de sus viajes compró unos rodillos muy prácticos, con papeles
adhesivos, que te limpian la ropa de pelos inmediatamente. Me lo quiso pasar a
mí. No se lo permití. Mirá si me deja sin un solo pelo. Ni quiero imaginarme
verme como aquella vez en la que me peló.
Se caerán, se renovarán, pero mis pelos son sagrados. Me
cubren del frío y sus colores me hacen único, especial. A mí me gusta andar en
bolas, entonces qué mejor que tener el cuerpo peludo y que la gente diga cuan
lindo lo tenés. ¿Me equivoco?
sábado, 8 de mayo de 2010
Acusaciones falsas

Hola, diario. Estoy decepcionado de la sociedad. Te cuento
porqué. En el edificio donde vivimos ahora hay gente muy paqueta, pero bastante
maleducada porque no saludan o te sueltan la puerta en la cara. Siempre lo
comentamos con Pablo y el señor de seguridad de la entrada, que me cae
simpatiquísimo. En el edificio hay pocos perros. Sólo yo, un golden y un cocker
hiperquinético. Hay un viejo choto que odia a los perros. Cuando me vio por
primera vez empezó a quejarse. Se llama Don Yankilevich. La esposa es otra vieja
con cara de mala mala mala. Cuando me ve en el patio, desde su balcón, siempre
me tira algo. Casi siempre son puñados de tierra de sus macetas. Yo me divierto
esquivándolos. Nunca la emboca. Ni siquiera le ladro, porque esa gente no
merece ni que le ladren. Un día, tocaron el timbre y el portero le dijo a
Pablo: “El señor Yankilevich pide que tu perro salga con bozal y correa”.
Diario, no puedo reproducir lo que dijo Pablo. Por suerte no me pusieron bozal
y vivo con un rebelde. Un día, la esposa del viejo, que se llama Doña Sara, lo
miró mal a Pablo y le dijo: “¡Usted tiene que ponerle bozal a su perro porque
es peligroso y ladra todo el día!”. ¡Mentirosa! No soy ni peligroso ni ladro
nunca. Pablo le dijo: “Los peligrosos son ustedes. Pónganse bozal ustedes”.
Pero el viejo malvado insistió. Otro día, vino el portero
(un chupamedias que se llama Alejandro) a tocar el timbre. Cuando Pablo abrió
la puerta escuché que el tipo le dijo: “Don Yankilevich insiste que tu perro no
para de ladrar”. Efectivamente, se escuchaba ladrar al cocker del quinto piso.
Pablo abrió la puerta de par en par para que el chupamedias me vea que estaba
calladito, como un señor perro. “Como verás, no es él quien ladra”, dijo Pablo.
“A menos que sea ventrílocuo”. Yo me moría de risa. Ahí el chupamedias se
convenció de que los viejos malos mentían y nunca más nos molestó. Aunque Sara
me sigue tirando cosas. Tendré que seguir conviviendo con estos vecinos
molestos y rabiosos. Digo yo: ¿no tendrán otra cosa en qué ocuparse algunas personas en lugar de difamar a otros?
domingo, 2 de mayo de 2010
Los humanos pueden ser muy malos

Hola, diario. Estoy un poco desconcertado. Anoche me enteré
de que así como hay seres humanos buenísimos, existen otros cuya maldad no
tiene límites.
Pablo me llevó al cumpleaños de un amigo suyo, Antonio, que
no sé si vive en un teatro, pero es ahí donde lo festejó. Me sorprendió porque
Pablo no suele llevarme a sus juergas. Pero entramos a ese lugar inmenso, lleno
de gente macanuda*. Muchos me abrazaron y me dieron palmadas en la cabeza.
Había dos perras. Una era una gordita de mi estatura que mucha bola no me dio.
Su mamá, la atendía con cuidado porque era una perra entrada en años. La otra
me ladró de entrada. Era una petisita, con camiseta y saquito. Me enteré de que
se llamaba Castaña y no hacía falta que me cuenten que era dueña de casa porque
su olor estaba por todos lados.
Luego de ladrarme en forma poco amigable, entablamos una
pequeña comunicación a través de nuestro olfato. Agradable, aunque de pocas
palabras. Traté siempre de estar cerca de Pablo y de donde se cayera una
papafrita o algo comestible. Cuando Pablo se puso a acariciar a Castaña no me
gustó nada. La muy atrevida se puso panza arriba para que la acaricie. Pero se
me fue la bronca cuando escuché su historia.
Castaña es una perrita que, hace algunos años, fue
encontrada en la puerta de ese teatro. Alguien les dijo que había una perra
muerta ahí. Salieron y se encontraron con Castaña, lastimada con heridas
punzantes de cuchillo y su rabo hecho pedazos, envuelto en cinta adhesiva. Como
todavía respiraba, pudieron llevarla al hospital veterinario. Antonio se hizo
cargo de su recuperación y hoy es su compañera inseparable y está vivita y
coleando. Castaña vive en ese teatro y, sigilosamente, cuando comienza cada
función se desplaza hasta la primera fila y se queda en una butaca. “Cuando
estuvo el Ballet Folklórico Nacional, no se perdió una sola función, pero odia
las obras infantiles. Cuando hay alguna, se va a su cucha y se esconde”, contó
Antonio, un gordito simpático que sopló las velitas al cantarle el “cumpleaños
feliz”. Contó que cuando él está sobre el escenario tienen que dejarla en la
oficina, porque si lo escucha llorar se quiere subir al escenario.
Aunque perdió su cola, Castaña vive feliz y, en las
funciones de los distintos espectáculos que allá se ofrecen, se desliza
sigilosamente por los laterales de la sala y se queda quietita, al pie del
escenario mirando cada función sin ladrar, ni emitir sonido alguno. Me generó una
admiración tremenda. Quise hacerme amigo suyo y estuvimos juntos un buen rato.
Qué puedo decirte de ella... Tiene olor a amor. Y está vacía de rencor. Porque
es más el amor que siente que el odio que pudiera recordar. Me puse a pensar
cuando llegamos a casa y pensé en que, aunque suene soberbio, nosotros los
perros somos mejores que los humanos.
No tenemos capacidad de odio. Nunca podríamos hacer nada
tan dañino como eso que te conté.
Pablo y todos los seres humanos que conozco son incapaces
de hacerle daño a un animal. Pero ayer descubrí que puede haber gente peligrosa.
Hay que cuidarse del ser humano. Hasta los seres humanos deben cuidarse de los
seres humanos.
Brindo por la perra teatrera y porque siempre haya algún
Antonio que nos libre del infierno.
*Agradable.