Una vez más me sacudió ese presentimiento a la distancia. Lo supe. Podía palpar su energía en el espacio... Sentía su presencia en cada bocanada de aire, en cada segundo... Podía percibir su olor... No estoy seguro si por memoria emotiva o porque estaba ya realmente cerca. Podía escuchar su corazón.
Sí, ya sé, soy un capo.
No habían pasado más de diez horas de haber comenzado a tener esa sensación cuando escucho su silbido característico, a lo lejos. Luego, sus pasos, suficientes como para que me tire panza arriba cerca de la puerta. Y, finalmente, las llaves... y él, cuerpo presente. Volvió Pablo.
No sé cómo explicártelo, diario. Es una fiesta. Cada regreso de él ser me hará inolvidable. Y creo que para él también. Yo le hago toda una escena de cariño extremo, como esas películas melancólicas con perritos que ve a veces por la televisión. Lo cago a besos. No paro de darle besos, pero entre lamida y lamida, no puedo dejar de prestarle atención a su valija. Allí sé muy bien que guarda mi regalo. No puedo contener la ansiedad y quiero abrir ese puto cierre dificilísimo de romper. Cuando lo abre, meto el hocico adentro hasta que encuentro mi regalo. ¿Sabés qué me trajo esta vez? ¡¡¡A Pingüino!!! Parece un osito, pero no lo es. Es Pingüino. Tiene pico y es precioso. Estoy tan feliz de que haya vuelto. Lástima que por un tiempo me voy a sacar ese placer dulce y melancólico de extrañar. Todo no se puede.
martes, 21 de diciembre de 2010
Regresos festivos
Etiquetas:
Diario de un perro,
Diario de un perro sabio,
Extrañar,
Pablo,
Pingüino,
Regresos
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
que bueno el reencuentro y qué bien que escribís Francisco. Feliz Navidad para vos y Pablo!
ResponderEliminar