
Hola, diario. Me duelen las costillas. Hoy me cagué a piñas* con un soberbio en la plaza.
Fina y Raúl me están llevando casi todos los días a la plaza y eso me encanta. Hay olores de todo tipo y te podés enterar de todo lo que aconteció en el barrio si sos detallista con cada aroma. Descubrís humores, sucesos, estados físicos, edades... El olfato es una maravilla que nos dio la naturaleza. A su vez, me divierto espantando a las palomas o jugueteando con algún que otro perro. Ya te conté que cada vez me vuelvo un poco más arisco al contacto con mis congéneres. Sobre todo con los machos. Yo soy muy abierto y estoy de acuerdo con eso de que cada uno ame a quien quiera, diario, pero definitivamente no me gustan los machos. Y viste que algunos se te acercan sin siquiera invitarte a hacer pis en un árbol y, en dos segundos, se te quieren montar porque no encontraron a ninguna hembrita a mano. Uy... cómo me enoja eso. Los saco cagando. Lo mismo esas hembras regalonas que, sin darte tiempo a que las cortejes y les digas lo lindas que están, se te tiran panza arriba delante tuyo con sus partes al viento. No sé, diario, seré un poco conservador todavía y tendré que adecuarme a estos tiempos, pero por ahora prefiero estar así.
La cosa es que me puse a jugar con una petisa hermosa... rubia, delicada y de pelos muy largos. Estaba recién bañada y olía a flores. Le hablé un poquito, corrimos dando círculos hasta caernos sobre el césped y nos reímos muchísimo. Pero de pronto, apareció el bravucón de la película. Un estúpido alto y peludo. Avanzó hacia nosotros erguido, con su cola hacia arriba meciéndose como un péndulo, y se interpuso entre ambos. La petisa metió su rabo entre las patas. Era obvio que no le gustaba. Y yo le hice saber que estaba de más. ¿Podés creer que ni se movió? Me clavó la mirada varios segundos y comenzó a elevar la comisura de sus labios para mostrarme sus dientes llenos de sarro. Y de inmediato, sin darme tiempo, se me tiró encima. Nos mordimos un poco y rodamos en el césped, pero no como con la petisa. Como un pequeño ciclón de pulgas y pelos. Fina y Raúl estaban desesperados y el acompañante del grandote pelotudo también. La cosa es que estaba claramente en inferioridad de condiciones y... me rendí. Me puse panza arriba, quieto, con mis patas delanteras en mi esternón. Él se dio cuenta, resopló y se fue. Para ese entonces, la petisa ya estaba en brazos de su amiga y me miraba triste mientras se alejaba. ¿Pero qué iba a hacer? Ese idiota analfabeto podía haberme quebrado la garganta. Sólo me lastimó una pata, me hizo un pequeño corte en el hocico y me dejó un golpe en mi costado derecho. Fue un golpe al ego. La primera vez que me rendía en mi vida. Definitivamente, no soy un macho alfa. Sino me la hubiera bancado. ¿O sí? ¿Será que tendré muchos golpes en la vida para darme cuenta? ¿Más victorias y rendiciones? Ay, no... yo soy un perro civilizado, che. De ahora en más, mi relación con este tipo de gentuza será limitada. ¡Volvé, Pablo!
* Me peleé.
Fina y Raúl me están llevando casi todos los días a la plaza y eso me encanta. Hay olores de todo tipo y te podés enterar de todo lo que aconteció en el barrio si sos detallista con cada aroma. Descubrís humores, sucesos, estados físicos, edades... El olfato es una maravilla que nos dio la naturaleza. A su vez, me divierto espantando a las palomas o jugueteando con algún que otro perro. Ya te conté que cada vez me vuelvo un poco más arisco al contacto con mis congéneres. Sobre todo con los machos. Yo soy muy abierto y estoy de acuerdo con eso de que cada uno ame a quien quiera, diario, pero definitivamente no me gustan los machos. Y viste que algunos se te acercan sin siquiera invitarte a hacer pis en un árbol y, en dos segundos, se te quieren montar porque no encontraron a ninguna hembrita a mano. Uy... cómo me enoja eso. Los saco cagando. Lo mismo esas hembras regalonas que, sin darte tiempo a que las cortejes y les digas lo lindas que están, se te tiran panza arriba delante tuyo con sus partes al viento. No sé, diario, seré un poco conservador todavía y tendré que adecuarme a estos tiempos, pero por ahora prefiero estar así.
La cosa es que me puse a jugar con una petisa hermosa... rubia, delicada y de pelos muy largos. Estaba recién bañada y olía a flores. Le hablé un poquito, corrimos dando círculos hasta caernos sobre el césped y nos reímos muchísimo. Pero de pronto, apareció el bravucón de la película. Un estúpido alto y peludo. Avanzó hacia nosotros erguido, con su cola hacia arriba meciéndose como un péndulo, y se interpuso entre ambos. La petisa metió su rabo entre las patas. Era obvio que no le gustaba. Y yo le hice saber que estaba de más. ¿Podés creer que ni se movió? Me clavó la mirada varios segundos y comenzó a elevar la comisura de sus labios para mostrarme sus dientes llenos de sarro. Y de inmediato, sin darme tiempo, se me tiró encima. Nos mordimos un poco y rodamos en el césped, pero no como con la petisa. Como un pequeño ciclón de pulgas y pelos. Fina y Raúl estaban desesperados y el acompañante del grandote pelotudo también. La cosa es que estaba claramente en inferioridad de condiciones y... me rendí. Me puse panza arriba, quieto, con mis patas delanteras en mi esternón. Él se dio cuenta, resopló y se fue. Para ese entonces, la petisa ya estaba en brazos de su amiga y me miraba triste mientras se alejaba. ¿Pero qué iba a hacer? Ese idiota analfabeto podía haberme quebrado la garganta. Sólo me lastimó una pata, me hizo un pequeño corte en el hocico y me dejó un golpe en mi costado derecho. Fue un golpe al ego. La primera vez que me rendía en mi vida. Definitivamente, no soy un macho alfa. Sino me la hubiera bancado. ¿O sí? ¿Será que tendré muchos golpes en la vida para darme cuenta? ¿Más victorias y rendiciones? Ay, no... yo soy un perro civilizado, che. De ahora en más, mi relación con este tipo de gentuza será limitada. ¡Volvé, Pablo!
* Me peleé.
Ayy pobrecito...Pero está bueno que le pongas los puntos ,tanto a los machos como a a las hembras regalonas.
ResponderEliminarCuidate de esos golpes Fransisco.