
Hola, diario. Este nuevo barrio es muy curioso. Te conté de
ese jardín inmenso al que no dejan pasar perros, pero que está lleno de plantas
y árboles de todo tipo con una partitura de olores que te fascina. Allí está
lleno de gatos. Algunos son amigables y otros te hacen “fsss”. Pero con Zsá Zsá
ya me acostumbré a ellos. Anoche estábamos paseando por la plaza y Pablo se
sorprendió tanto como yo por un perro extrañísimo que había ahí dentro. Bah... yo
no sabía si era un perro o un gato de una marca rara. Tenía un olor espantoso y
caminaba muy lento. Estaba así como despeinado, con pocos pelos, con distintas
tonalidades de grises en el lomo y un antifaz blanco. Lo más impresionante era
su cola. Larga y pelada... un asco. Se la habrán mordido o tendría un problema
dermatológico. Primero nos ignoró, pero después nos observó con unos rosados
ojos diabólicos. Nos quedamos observándolo un buen rato, pero viste que a mí la
curiosidad me mata... Vi que algo raro tenía en el lomo. Eran como verrugas
peludas que se movían. No lograba darme cuenta de qué era... ¡Hasta que me
avivé de que eran sus hijos! Tan extraños como él, pero mucho más chiquitos.
Quise acercarme para olfatearlos, pero se enojó mucho. Se le pararon todos los
pelos, irguió su cola pelada y me mostró los dientes. Pensé que nos iba a
atacar, pero no... Muy pancho (o pancha)* se dio media vuelta y se alejó
caminando despacio, con esas patas cortas y extrañas.
Pablo también quedó fascinado con ese inesperado encuentro
y se lo contó a todos. Escuché que esos perros se llaman comadrejas* y que en
ese lugar hay muchas.
Por precaución, creo que no deberíamos acercarnos
nuevamente a ellos. Sobre todo cuando tienen familia numerosa.
*Tranquilo
* En Argentina se llama comadrejas a las zarigüeyas u
opossum.
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