miércoles, 31 de marzo de 2010
¿Seré una persona?
domingo, 28 de marzo de 2010
Viajero
Cuando me hizo mimitos en la cara, no me aguanté y me puse a llorar. Ahí me abrazó. Como me di cuenta de que funcionó, comencé a llorar más fuerte, para ver si se arrepentía y se quedaba. Pero no fue así. Nos quedamos los dos mirándonos con mucha tristeza, me dio una golosina y cerró la puerta.
Ahora estoy observando un almohadón y un peluche de Bob Esponja. A ver qué agarro primero en señal de protesta.
* Comida.
sábado, 27 de marzo de 2010
Manos

Lo que los seres humanos no toman en cuenta es el cariño y el amor que permanentemente ofrecen con sus manos. Yo les pido afecto por placer, lo reconozco. Pero también para ayudarlos a que, por lo menos un momento en el día, estén descargando cariño casi sin darse cuenta. Me siento más útil.
Creo que si muchas personas supieran que eso es así, habría menos perros y gatos sin hogar, y un gran porcentaje de la humanidad sería más buena. Brindo por las manos.
*obligar
martes, 23 de marzo de 2010
Labios

No sé porqué, desde cachorro, siempre me gustó darles besitos a las personas en sus bocas. Cuando sos cachorro es fácil porque te alzan, te arriman a sus rostros y ahí les das besos. Pero de adulto es más complicado. Yo adquirí una técnica. Hay que hacerlo rapidísimo. Apenas se acercan, pego un salto, como si fuera un delfín amaestrado, y les doy un lengüetazo en los labios. Algunos ponen cara de asquete, pero a otros les resulta simpático y hasta adorable.
Es que los labios de las personas son húmedos, como nuestras lenguas, o nuestras narices. Y es a través de sus labios como grafican el amor. Como yo creo que me estoy convirtiendo en una persona, estoy convencido de que es así cómo debo besar. Les doy amor con cada salto y cada beso en esos contornos carnosos que dibujan lo que a mí nunca me sale: la sonrisa. Es lo más lindo de las personas. Cuando sonríen, todo se ilumina y yo siento que unen la alegría con el cariño. Precioso. Estuve practicando pero no me sale. El día que pueda sonreír, se caen de culo.
lunes, 22 de marzo de 2010
Comadrejas

Hola, diario. Este nuevo barrio es muy curioso. Te conté de
ese jardín inmenso al que no dejan pasar perros, pero que está lleno de plantas
y árboles de todo tipo con una partitura de olores que te fascina. Allí está
lleno de gatos. Algunos son amigables y otros te hacen “fsss”. Pero con Zsá Zsá
ya me acostumbré a ellos. Anoche estábamos paseando por la plaza y Pablo se
sorprendió tanto como yo por un perro extrañísimo que había ahí dentro. Bah... yo
no sabía si era un perro o un gato de una marca rara. Tenía un olor espantoso y
caminaba muy lento. Estaba así como despeinado, con pocos pelos, con distintas
tonalidades de grises en el lomo y un antifaz blanco. Lo más impresionante era
su cola. Larga y pelada... un asco. Se la habrán mordido o tendría un problema
dermatológico. Primero nos ignoró, pero después nos observó con unos rosados
ojos diabólicos. Nos quedamos observándolo un buen rato, pero viste que a mí la
curiosidad me mata... Vi que algo raro tenía en el lomo. Eran como verrugas
peludas que se movían. No lograba darme cuenta de qué era... ¡Hasta que me
avivé de que eran sus hijos! Tan extraños como él, pero mucho más chiquitos.
Quise acercarme para olfatearlos, pero se enojó mucho. Se le pararon todos los
pelos, irguió su cola pelada y me mostró los dientes. Pensé que nos iba a
atacar, pero no... Muy pancho (o pancha)* se dio media vuelta y se alejó
caminando despacio, con esas patas cortas y extrañas.
Pablo también quedó fascinado con ese inesperado encuentro
y se lo contó a todos. Escuché que esos perros se llaman comadrejas* y que en
ese lugar hay muchas.
Por precaución, creo que no deberíamos acercarnos
nuevamente a ellos. Sobre todo cuando tienen familia numerosa.
*Tranquilo
* En Argentina se llama comadrejas a las zarigüeyas u
opossum.
jueves, 18 de marzo de 2010
Un chistoso
miércoles, 17 de marzo de 2010
Lanús Sheperd
Viví engañado estos tres años de mi vida. Siempre creí que
era un perro cualunque, común y corriente, un atorrante. Soy de raza, diario.
Escuché claramente cuando una señora, en la calle, le preguntó a Pablo de qué
raza era y él respondió: “Lanus Sheperd”. No sabés la emoción que me dio. No
porque me hubiera sentido menos ya que siempre miré con cierta sorna a los perros
de raza, ya que todos se parecen entre sí. Pero supongo que para los humanos
debe ser como siempre mirar de reojo a los ricos por sentirlos frívolos o
egocéntricos; y de repente, tener un golpe de suerte y ser ricos como aquellos
a los que se miró de soslayo antes. ¿Está mal querer “pertenecer”? Tal vez,
para que la vida se nos haga un poco más fácil. Es más sencillo para un “Lanus
Sheperd” que para un perro común, supongo. Lo único que no me gusta de esto es
que, seguramente, me voy a topar con muchos “Lanus Sheperd” como yo. Me gustaba
ser casi único. Todo no se puede en la vida.
lunes, 15 de marzo de 2010
Adioses
Hola, diario. Si te tengo que definir mi fin de semana, es
con la palabra “adiós”.
Ya estamos instalados en la nueva casa. Te cuento que me
llevo por delante todos los muebles y paredes. La costumbre hace que quiera
tomar el mismo camino que en el otro departamento para ir de la habitación a la
cocina, o del living a la habitación. Pero la distribución es distinta, así que
me he golpeado la nariz un par de veces.
El sábado nos despertamos como siempre, fuimos a desayunar
y los dos nos “tragamos” la columna que hay en la entrada de la cocina. Luego,
paseamos un poco en la plaza y me sorprendí un poco al regresar. A los dos
minutos, Pablo tomó un bolso enorme y me volvió a decir: “Vamos”. Obviamente,
pegué un salto a lo delfín amaestrado y me acomodé el collar para salir.
Nos tomamos un taxi. Ya te conté el placer que es viajar en
taxi con la cabeza afuera, tragando viento.
Para sorpresa mía, llegamos a nuestro viejo hogar. Me
desconcerté. Saludamos a algunos vecinos y entramos a nuestro (¿antiguo?)
departamento. Estaba vacío, el pobrecito... me dio una lástima. Sólo pelusas y
polvo. Habían quedado nada menos que las cacerolas donde cocinamos y algunas
cositas más que Pablo guardó en el bolso. Luego, nos quedamos sentados en el
piso, esperando nosequé. Y nosequé llegó de inmediato. Lancé un ladrido cuando
escuché que se abría la puerta. Era una señora. La había visto una vez ya.
Observó el departamento por todos lados, con detenimiento, y conversó
amablemente con Pablo. Me cayó bien. De pronto, vi como Pablo le entregó las
llaves. Ahí me cerró todo. Vinimos a decirle adiós a ese hogar donde pasamos
tantos momentos lindos. Fiestas con los amigos, banquetes con Fina y Raúl,
despertares casi melódicos y metódicamente iguales, reencuentros con la vida.
Porque ahí es donde yo volví a reinsertarme en este mundo privilegiado.
Como hizo esa señora, yo también lo recorrí por cada rincón
una vez más. Y, sin que ella se diera cuenta, hice pis en el balcón, por si
llegase a ir a vivir ahí otro perro, para que se entere de que esa fue la casa
de Francisco. Antes de salir, lo miré y le agradecí. Las casas tienen entidad.
Lo sé.
Nos despedimos de la señora y también de los vecinos de la
inmobiliaria de abajo. Me caían bárbaro. Le dijeron a Pablo que prometa que me
iba a llevar de vez en cuando. Él asintió, pero ambos sabíamos que eso nunca
iba a ocurrir. También les dije adiós. Cuando íbamos caminando rumbo a lo de
Fina y Raúl, para visitarlos, me quedé paralizado. Ahí la vi, esbelta como al
principio, con sus pelos marrones tan enmarañados como bellos, y esa mirada
entre pícara y dulce. Nos miramos fijamente y corrimos desesperados el uno
hacia el otro. No paramos de dar saltos, revolcarnos en el piso y hacer esas
carreras repentinas, cortas, en círculo y de hasta diez metros, para
convertirnos en ráfagas de felicidad. Pablo es inteligente y me dejó un largo
rato. Sabía muy bien que, probablemente, nunca más pueda ver a Morena. Nos
olfateamos mucho. Supe que sus cachorros ya no estaban más con ella y, vaya a
saber hasta cuándo, seguiría siendo la misma Morena de siempre, la que yo
adoraba. En un momento nos cansamos de tanto correr y nos sentamos, bajo el
sol, extenuados, una pata contra la otra. Nos miramos, con alegría, amor y
tristeza. Todos esos sentimientos juntos que, seguramente, los humanos ni se
imaginan que podemos sentir los perros.
No quise que Morena supiera que yo me iba del barrio. No le
dije nada. El adiós lo dejé en mi interior y, simplemente, puse mi frente sobre
la suya. Nos dimos muchos lengüetazos, como siempre, y nos despedimos. Ella
salió a los saltos, con su amiga persona, ingenua y feliz. Yo me quedé
observándola, y lo seguí a Pablo. Con el adiós atragantado y pensando en esas
cosas que uno tiene que resignar para obtener otras. Aunque la reflexión me
duró sólo unos metros. Demasiado dilema para un perro. Pero me quedé triste.
Probablemente nunca más vea a Morena.
viernes, 12 de marzo de 2010
Botánico

Hola, diario. ¡Qué agotamiento! Estuvimos todo el día desembalando cajas y bolsas hasta dejar todo más o menos en orden. Bah... en realidad, fue Pablo, con la ayuda de su hermana y sus padres. Pero yo los seguí a todos de cerca. Quería controlar que todo esté en orden, así que corría hacia uno y, luego, hacia otro. Les quise cebar mate, pero creo que nunca voy a aprender.
Quedó todo más o menos bien. Estoy contento. Hoy a la mañana salimos a explorar el barrio. Casi me desmayo de la alegría cuando descubrí que en la esquina tenemos una plaza. Una maravillosa plaza con un olor a verde y a plantas que no te podés imaginar. Hay un árbol enorme que se llama jacarandá. Se le caen las flores y quedan todas como una alfombra violeta sobre el césped. Me entretuve olfateando cada árbol y descubrí que la mayoría de los perros que hay por ahí son de raza. A mí no me importa. Enseguida me hice dos amigos. Una pequinesa recién bañada que me vio y empezó a dar saltitos de un lado para el otro. Cuando la olí me di cuenta de que era una criatura. Tendría no más de un año. La miré y le dije: "Piba, puedo ser tu papá". Quedamos amigos. También me cayó bárbaro Pechín. Es un perro flaco, blanco, con manchas grises. No lo benefició mucho la naturaleza. Es el perro de un tipo que vive ahí en la plaza. O sea... es un perro linyera. Pero me cayó bien. Tal vez podamos compartir las pulgas.
Pero lo más fascinante fue cuando salimos de la plaza y avanzamos unos metros. ¡¡¡Con razón había tanto olor a naturaleza!!! La plaza está pegada a un lugar gigantesco, lleno de plantas, árboles y muchísimos gatos. Pero una lástima... no te dejan entrar. Está enrejado. Bah... las personas sí, pueden pasar... y los gatos. Pero no los perros. De todos modos, me encantó poder observar y oler todo eso. Es una sinfonía de olores. Uno más agradable que el otro. Noté que Pablo también parecía hacer uso del poco olfato que tienen los humanos.
Es evidente que hay una vida mejor, pero es un poco más cara.
jueves, 11 de marzo de 2010
Nos mudamos

Hola, diario. No te das una idea de las situaciones
movilizadoras que viví durante las últimas 48 horas. Obviamente no pude
escribir antes porque estaba todo guardado por “el guardador”. Después de esa
situación traumática e inentendible en la que Pablo se puso a guardar todo,
absolutamente todo, compulsivamente en cajas y bolsas, ocurrió lo más
desconcertante. El timbre sonó muy temprano y nos habíamos quedado dormidos.
Bajamos rápidamente y no sabés lo que había en la puerta... Un camión con dos
forzudos que nos miraban amenazantes. Me preparé por si fuese necesario
utilizar mis dientes, pero en un segundo me olvidé de mi intención defensiva y
les salté para darles un beso a cada uno (no lo puedo evitar). Fueron amables,
no nos pegaron. Me acariciaron la cabeza y le estrecharon la mano a Pablo.
Pensé: “amigos nuevos”. Subimos con ellos y... ¡horror! Como si hubieran estado
viviendo ahí con nosotros, comenzaron a tomar las cajas y bolsas y se las
fueron llevando, de a una, al camión. Mientras, Pablo metió lo poco que quedaba
en una bolsa: las sábanas, las almohadas, el cepillo de dientes y otras cositas
sueltas. ¡¡Se llevaron hasta la cama!! ¿Adónde pensaba esta gente que íbamos a
dormir a partir de ahora? ¡Qué situación desconcertante! ¡Y Pablo tranquilo,
como si nada estuviera ocurriendo! En lo único que pensaba era en tener listos
sus rulitos para no parecer un caniche cuando saliéramos a la calle. Yo no gano
para sustos...
Diario, la casa quedó vacía. Va-cí-a. Sólo nosotros dos y
montones y montones de pelusas, y bolas de pelos míos. Habrán tardado unos
cuarenta minutos. Cuando se llevaron la última caja, me asusté. Pensé: “Ahora
nos llevan a nosotros”. Yo no estaba dispuesto a que ninguno de esos patovicas*
me cargara sobre sus hombros como hacen a veces con esos lechones muertos.
Bueno, no nos cargaron a nosotros pero nos invitaron a seguirlos. Amablemente.
No lo pensé ni un segundo. Solo ahí, en medio de la nada no
iba a quedarme. Creo que Pablo tampoco. Así que los seguimos.
Tenían un poco de olor. Creo que las cajas eran muy
pesadas. Le lamí el brazo a uno de ellos y tenía gusto salado. Hubiera seguido,
pero Pablo me retó.
Ya en la calle, subimos al camión. E-mo-cio-nan-te. Me
costó subir, lo confieso. Pero dejé que me ayuden. Luego, puse mis patas sobre
la guantera y miré al mundo desde ahí arriba. Autos, personas, perros y todo lo
que habitualmente se mueve por la calle, fue observado por mí desde ahí, con
mis dos patas traseras sobre la falda de Pablo y las otras sobre la guantera.
Les caí simpático a los forzudos porque me dieron galletitas. Sentí el impulso
de aprender a manejar. Me gustaría comandar uno de esos camiones enormes y
sentir de a ratos, ahí arriba, que uno es fuerte y poderoso y no corre el
riesgo de que le pisen la cola porque no lo ven o que lo pateen porque no les
agradás. Pero no tengo manos como para aprender a manejar, ni tampoco camión,
así que aborté la idea inmediatamente.
No viajamos demasiado... Bah... tampoco fue nada. Llegamos
a unos 4 kilómetros, en otro sector de la ciudad. Un sector paquetísimo. Era
temprano, así que mucha gente en la calle no había. Pero te puedo asegurar de
que las veredas estaban mucho más limpias y el movimiento era mayor. Advertí
que muchas de las personas que por ahí caminaban tenían algo de perro. Te
preguntarás cómo me di cuenta... Porque caminaban erguidos y como oliendo para
arriba. Sin dudas, eso indica que tienen un muy buen olfato. Me gustó.
Estacionamos en una avenida bastante ancha, como donde
vivíamos, pero con menos negocios y más edificios. Me quisieron ayudar a bajar
del camión, pero yo supuse que podría hacerlo solo. Me equivoqué. Me di un
tremendo porrazo. Pero como soy valiente, me lo aguanté estoicamente. De
pronto, me di cuenta de que Pablo sacó unas llaves y abrió la puerta de un
edificio. Un señor lo saludó, dejaron la entrada abierta y los forzudos
comenzaron a bajar nuestras cosas del camión.
¡Pero qué tonto había sido! ¡Ahí me di cuenta de lo que
pasaba! Nos estábamos mudando a otra casa. En un breve instante metí la cola
entre las piernas porque me enojé. ¿Cómo Pablo tomó esa resolución sin
consultarme? Si vivimos juntos. Somos compañeros… Y no me dejó despedirme de
Morena, ni de nuestros vecinos, ni de nuestra propia casa. Pero bueno, viste
cómo soy, se me pasó enseguida.
Me paré frente a la puerta del ascensor, pero Pablo siguió de
largo, por un extenso pasillo, hasta el fondo. Me gustó eso y corrí a toda
velocidad, pero el piso estaba tan lustroso que resbalé.
No hubo que subir por ningún ascensor. Nuestro hogar estaba
en la planta baja. Abrió la puerta y quise entrar primero yo. “¡Guauuu!”, dije.
Era un sitio mucho mayor que el anterior. Con una habitación más, un baño
enorme y un patio que tenía entradas al living y a la habitación. Te imaginarás
que, mientras los grandotes dejaban nuestras cosas amontonadas, yo no dejé un
solo rincón sin olfatear. Lo supe enseguida. Ahí vivió una pareja joven, pero
mucho antes, una señora mayor que se murió en ese mismísimo lugar. De todos
modos, no había peligro de fantasmas, ni malas ondas. El sitio se veía
espléndido. Pablo me hablaba, pero yo no lo escuchaba. Estaba fascinado
descubriendo esos nuevos olores que se mezclarían con los nuestros.
Cuando los tipos terminaron, Pablo cerró la puerta y corrió
hacia el patio. Allí lo seguí. Tenía en su mano una de las pelotas con las que
jugamos siempre. La arrojó de una punta a la otra y corrí a toda velocidad. Así
estuvimos un buen rato hasta que quedamos extenuados, cagándonos de risa, en el
piso, todos sucios. Creo que un nuevo capítulo comienza en nuestras vidas.
martes, 9 de marzo de 2010
El guardador

domingo, 7 de marzo de 2010
Simulacros
Hace poco se nos rompió la computadora. Cuando llegó el muchacho que las arregla, le contó todo lo que no funcionaba. Pero el chico se sentó a la máquina, se puso a revisarla y no hacía nada de lo que Pablo había dicho. "¡Es como mi perro!", exclamó.
Compararme con una máquina, che...
Televisión

Pensé: "si no puedes ganarle, únete a él". Me senté a su lado para ver qué tan interesante era eso como para preferirlo antes que a su amigo fiel. Observé. Me costó focalizar. La pantalla tiene como unos puntitos que te dificultan un poco la visión. Pero hice foco al cabo de un rato. Creo que fue porque me llamó mucho la atención un ladrido. ¡¡¡Adentro del televisor había un perro!!! ¡Lo vi perfectamente! ¿Cómo hizo para entrar ahí? Intenté olfatearlo, pero no sentí nada. ¡Fue abducido!
No había forma de averiguarlo, así que me dediqué a observarlo. Era un labrador. Medio tonto. Su mejor amigo era un negrito muy simpático. Estaban en una playa, con otra gente que se veía un poco sucia. Escuché que el negrito lo llamó: "¡Vincent!". Un extranjero, obvio. Te puedo asegurar que me gustó eso de la televisión durante un rato. Pero viste que yo tengo la capacidad de concentración de un bambi, así que de inmediato, cuando el perro salió de escena, seguí molestando a Pablo.
Ahora, cada vez que Raúl viene a casa, se pasa todo el tiempo viendo la televisión. Aunque no entiendo qué pasa y no logro darme cuenta cómo entra toda esa gente ahí adentro, me siento a su lado y observo. Sólo para hacerle compañía. Es mi laburo.