
Hola, diario.
Estoy descubriendo que mis mañanas ahora son distintas. Pablo ya se acostumbró a que me suba a la cama y tenemos siempre el mismo ritual. Se despierta (no sabés lo que es con todos los pelos parados), me acerco a él, le doy unos besos, me acaricia y dejo que me rasque la panza. Entonces, despacito, me pongo a su lado, de costado, y uso su brazo de almohada. Entonces nos quedamos así un ratito remoloneando juntitos. Es un placer eterno que dura unos minutos. Después se levanta y hace siempre lo mismo: va al baño y, después, a la cocina a hacerse unos mates. Yo lo sigo a todos lados, obvio. Me encanta mirar lo que hace. Entonces, mientras calienta el agua, me pone un poco de comida en mi plato. Pero yo lo espero y desayunamos juntos. Como él demora más, me siento a su lado esperando a que me de algo de lo que está comiendo (que siempre es riquísimo). Hacemos todo eso, pero no nos hablamos. No porque estemos peleados, sino que todavía seguimos medio como dormidos. Después él se lava los dientes (una vez le robé un poco de dentífrico y es riquísimo) y es como que se despierta de golpe. Ahí empezamos a hablar y a jugar al “te agarro, te agarro”. Después me saca a pasear. Dice que es mi derecho adquirido. Tiene razón.
Como verás, es algo sencillo y nada fuera del otro mundo. Pero no puedo dejar de pensar en todos los que quedaron en MAPA. Me acuerdo del viejo grandote que se arrastraba con las patas de atrás. Un auto lo había atropellado y quedó así. También recuerdo a una petisa de pelo ondulado que siempre me miraba desde la otra punta del lugar. Como estábamos atados, no podíamos charlar. Pero me caía bien. Nos comunicábamos así mirándonos nomás. Lo mismo hago con Pablo. El me está enseñando algunas palabras y expresiones de su idioma que ya tengo fijadas en mi mente. Y yo le estoy enseñando a hablar con la mirada. Nos decimos muchas cosas. Y a veces nos quedamos largo rato así charlando con los ojos. Y yo sé lo que él piensa: cambiaría la mitad de su vocabulario sólo por poder conocer la mitad de mi lenguaje. Es duro ser perro. Pero estoy orgulloso de serlo.
Estoy descubriendo que mis mañanas ahora son distintas. Pablo ya se acostumbró a que me suba a la cama y tenemos siempre el mismo ritual. Se despierta (no sabés lo que es con todos los pelos parados), me acerco a él, le doy unos besos, me acaricia y dejo que me rasque la panza. Entonces, despacito, me pongo a su lado, de costado, y uso su brazo de almohada. Entonces nos quedamos así un ratito remoloneando juntitos. Es un placer eterno que dura unos minutos. Después se levanta y hace siempre lo mismo: va al baño y, después, a la cocina a hacerse unos mates. Yo lo sigo a todos lados, obvio. Me encanta mirar lo que hace. Entonces, mientras calienta el agua, me pone un poco de comida en mi plato. Pero yo lo espero y desayunamos juntos. Como él demora más, me siento a su lado esperando a que me de algo de lo que está comiendo (que siempre es riquísimo). Hacemos todo eso, pero no nos hablamos. No porque estemos peleados, sino que todavía seguimos medio como dormidos. Después él se lava los dientes (una vez le robé un poco de dentífrico y es riquísimo) y es como que se despierta de golpe. Ahí empezamos a hablar y a jugar al “te agarro, te agarro”. Después me saca a pasear. Dice que es mi derecho adquirido. Tiene razón.
Como verás, es algo sencillo y nada fuera del otro mundo. Pero no puedo dejar de pensar en todos los que quedaron en MAPA. Me acuerdo del viejo grandote que se arrastraba con las patas de atrás. Un auto lo había atropellado y quedó así. También recuerdo a una petisa de pelo ondulado que siempre me miraba desde la otra punta del lugar. Como estábamos atados, no podíamos charlar. Pero me caía bien. Nos comunicábamos así mirándonos nomás. Lo mismo hago con Pablo. El me está enseñando algunas palabras y expresiones de su idioma que ya tengo fijadas en mi mente. Y yo le estoy enseñando a hablar con la mirada. Nos decimos muchas cosas. Y a veces nos quedamos largo rato así charlando con los ojos. Y yo sé lo que él piensa: cambiaría la mitad de su vocabulario sólo por poder conocer la mitad de mi lenguaje. Es duro ser perro. Pero estoy orgulloso de serlo.
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