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Hola, diario. Si escribo pausado es porque me pica mucho... Hay un montón de gente viviendo en mi cuerpo. ¡¡¡¡Los vi!!!! Se mueven todo el tiempo, caminan y saltan por mi panza y mi lomo como si yo fuera un shopping center. Es intolerable. Trato de encontrarle la vuelta al problema. Con la pata de atrás, me puedo rascar los costados y la cabeza; y con los dientes, me puedo rascar la panza (incluso he matado o me he comido a algunos). Pero el problema es en el lomo. ¡Uy, qué desesperación cuando me pasa eso! Me tengo que tirar panza arriba y refregarme el lomo contra el piso. Es divertido y más divertido es pensar que estoy aplastando a todos esos bichos que me invadieron y que se creen que mis pelos son un bosque de eucalipto.
No sé bien dónde me los pesqué. Creo que en la plaza, estoy casi seguro. O a lo mejor me lo contagió ese perro peludo roñoso que se quería hacer el líder. Ayer estuve desesperado y casi todo el día deprimido, mufado por esto.
Pero tengo suerte. Viste cómo es Pablo... Me vio triste y se empezó a desesperar (a veces creo que las personas se ahogan en un vaso de agua). ¡Podés creer que me llevó al veterinario por eso! Yo temblé. Tenía miedo de que otra vez me pinchen y me hagan cosas. No, el tipo era un macanudo. Me acarició, me miró entre los pelos y me regaló una golosina. Escuché que dijo: "Tiene pulgas". Entonces Pablo me miró y me preguntó: "¿Tenés pulguitas, Francisco?" (si le respondiera hablando, se cae de espaldas). Me sirvió para identificar esa palabra: Pulguitas. De ahora en más "pulguitas" era el enemigo. Ahora sé que esos seres inmundos que viven en mi cuerpo y me pican se llaman pulguitas. Nombre simpático para esos turros.
El veterinario nos vendió una cajita y le dio instrucciones raras a Pablo, señalando mi lomo. Cuando llegamos a casa, abrió la cajita y sacó un "cosito" que le llama pipeta. Lo abrió y empezó a ponerme gotitas en tres puntos distintos de la nuca y del lomo. ¡¡¡Uy qué escalofrío!!! Un espanto la sensación que tuve. Empecé a caminar rápido por toda la casa y con un leve bamboleo, como si estuviera bailando una salsa. Me duró un buen rato y sentí cómo todas esas "pulguitas" hacían un quilombo bárbaro en mi cuerpo. Corrían, saltaban... las imaginaba tomándose de las mechas, desesperadas, para luego caer redondas, fulminadas por la pipeta salvadora. Bueno, así fue. Bastante rápido el trámite.
Hoy estoy sin rascarme, pero con unas ronchas tremendas. Y me puse a reflexionar sobre nosotros, los animales. El ser humano, es claro, que sirve para cuidar a los perros; las vacas, para dar la leche; los pajaritos, para hacer vistoso el cielo; los gatos, para que los persigas; las cotorras, para burlarse de vos cuando pasás... ¿Y las pulguitas? ¡¡¡Para picar a los perros!!! ¡¡¡Para cagarte la vida!!! Qué finalidad tan patética. Y caí en la pregunta clave: ¿Y los perros? Mi respuesta fue soberbia, ególatra, pero verdadera: para dar amor. Es lo mejor que sabemos hacer.
No sé bien dónde me los pesqué. Creo que en la plaza, estoy casi seguro. O a lo mejor me lo contagió ese perro peludo roñoso que se quería hacer el líder. Ayer estuve desesperado y casi todo el día deprimido, mufado por esto.
Pero tengo suerte. Viste cómo es Pablo... Me vio triste y se empezó a desesperar (a veces creo que las personas se ahogan en un vaso de agua). ¡Podés creer que me llevó al veterinario por eso! Yo temblé. Tenía miedo de que otra vez me pinchen y me hagan cosas. No, el tipo era un macanudo. Me acarició, me miró entre los pelos y me regaló una golosina. Escuché que dijo: "Tiene pulgas". Entonces Pablo me miró y me preguntó: "¿Tenés pulguitas, Francisco?" (si le respondiera hablando, se cae de espaldas). Me sirvió para identificar esa palabra: Pulguitas. De ahora en más "pulguitas" era el enemigo. Ahora sé que esos seres inmundos que viven en mi cuerpo y me pican se llaman pulguitas. Nombre simpático para esos turros.
El veterinario nos vendió una cajita y le dio instrucciones raras a Pablo, señalando mi lomo. Cuando llegamos a casa, abrió la cajita y sacó un "cosito" que le llama pipeta. Lo abrió y empezó a ponerme gotitas en tres puntos distintos de la nuca y del lomo. ¡¡¡Uy qué escalofrío!!! Un espanto la sensación que tuve. Empecé a caminar rápido por toda la casa y con un leve bamboleo, como si estuviera bailando una salsa. Me duró un buen rato y sentí cómo todas esas "pulguitas" hacían un quilombo bárbaro en mi cuerpo. Corrían, saltaban... las imaginaba tomándose de las mechas, desesperadas, para luego caer redondas, fulminadas por la pipeta salvadora. Bueno, así fue. Bastante rápido el trámite.
Hoy estoy sin rascarme, pero con unas ronchas tremendas. Y me puse a reflexionar sobre nosotros, los animales. El ser humano, es claro, que sirve para cuidar a los perros; las vacas, para dar la leche; los pajaritos, para hacer vistoso el cielo; los gatos, para que los persigas; las cotorras, para burlarse de vos cuando pasás... ¿Y las pulguitas? ¡¡¡Para picar a los perros!!! ¡¡¡Para cagarte la vida!!! Qué finalidad tan patética. Y caí en la pregunta clave: ¿Y los perros? Mi respuesta fue soberbia, ególatra, pero verdadera: para dar amor. Es lo mejor que sabemos hacer.
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