
Hola, diario. No sé por qué, pero en esta época del año toda la gente anda apurada, como queriendo hacer todo lo que no pudo hacer antes en su vida. Nosotros, los animales, no. Todavía no descubrí bien cuál es el motivo del alboroto, pero me incomoda ir por algunas calles. Por momentos tengo miedo de que me pisen. Algunos andan caminando con paquetes enormes con moños y llevan bolsas colgadas por donde sus cuerpos se lo permitan. También hay muchos chicos y son problemáticos. Si no te conocen te estrujan todo y si te acercás a ellos y te quieren tocar con cariño, sus padres le dicen: “¡¡¡¡No, te puede morder!!!!”. ¡Y los autos! Ni hablar. A los bocinazos limpios, que te dejan los oídos aturdidos.
Igual te darás cuenta de que todo esto lo conozco porque Pablo me lleva con él a pasear a todos lados. El único lugar donde parece que no dejan ir con perros es a su trabajo. Pero vamos a comprar cosas, lo acompaño a un lugar que se llama banco, a que le corten el pelo y a visitar a otras personas. Y como soy muy observador, me di cuenta de que se acercan días especiales. Parece que la cosa es así. Vos comprás algo lindo para otro y ese otro te compra algo para vos.
Ayer Pablo llegó con algo que le regalaron. Me asusté porque era enorme. Quise saludarlo, pero al ver una cosa redonda, grande, que no podía pasar por la puerta, retrocedí. Y, por las dudas, le ladré. Pero no tuvo miedo, pasó por la puerta. Era como un gran bola blanca. Yo ni me acerqué, pero vi que Pablo se desplomó sobre ella y, automáticamente, se convirtió en un sillón. Esa cosa se hunde en el medio y quedás cómodo, cómodo, cómodo. Me animé. Me en-can-tó. Nadie me mueve nunca más de ese lugar. Ahora decidí que ese también será mi sillón. Creo que Pablo no se opuso porque, apenas me subí a él, me sacó una foto. Me gusta esto de los regalos.
Igual te darás cuenta de que todo esto lo conozco porque Pablo me lleva con él a pasear a todos lados. El único lugar donde parece que no dejan ir con perros es a su trabajo. Pero vamos a comprar cosas, lo acompaño a un lugar que se llama banco, a que le corten el pelo y a visitar a otras personas. Y como soy muy observador, me di cuenta de que se acercan días especiales. Parece que la cosa es así. Vos comprás algo lindo para otro y ese otro te compra algo para vos.
Ayer Pablo llegó con algo que le regalaron. Me asusté porque era enorme. Quise saludarlo, pero al ver una cosa redonda, grande, que no podía pasar por la puerta, retrocedí. Y, por las dudas, le ladré. Pero no tuvo miedo, pasó por la puerta. Era como un gran bola blanca. Yo ni me acerqué, pero vi que Pablo se desplomó sobre ella y, automáticamente, se convirtió en un sillón. Esa cosa se hunde en el medio y quedás cómodo, cómodo, cómodo. Me animé. Me en-can-tó. Nadie me mueve nunca más de ese lugar. Ahora decidí que ese también será mi sillón. Creo que Pablo no se opuso porque, apenas me subí a él, me sacó una foto. Me gusta esto de los regalos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario