
Hola, diario. Tengo que hacerte una confesión: ¡Có-mo o-dio al ve-te-ri-na-rio! Hoy fuimos a verlo. Queda en un shopping. Entramos y el imbécil que estaba en la puerta le dijo a Pablo que no estaba permitida la entrada a los perros. Pablo le preguntó, con muy buen tino: "¿Entonces, cómo hacemos para entrar a la veterinaria?". El tipo dijo: "Ah... no sé... en el shopping no se permite el acceso a los animales". ¿Pero en la veterinaria sí?, le preguntó otra vez Pablo. El infradotado le respondió afirmativamente. ¡¿Y cómo quería que entremos?! ¿Con un teletransportador?
Pablo, que es un retovado como yo, entró igual.
En el negocio, además de muchas cosas ricas, había muchos olores: a remedios, a aserrín, a ratas de laboratorio, a sofás para gatos... Me quedé mirando una pecera con unos hámsters que entraron en pánico cuando yo asomé mi cabeza sólo para observarlos. Tontos. Tienen poco cerebro.
Lo peor fue cuando me agarró el tipo con trajecito celeste. Es el veterinario. Usa anteojos y unos bigotes inmensos. Pablo le preguntó si era normal que a mí me doliera la panza. ¿Podés creer que el tipo se puso unos guantes y me metió un dedo en el culo? Lo quería matar. Un guarango. Sin siquiera invitarme a tomar un café. Me hizo tirar panza arriba y me toqueteó todo el abdomen, la zona del hígado y los riñones. Puso cara de que algo no estaba bien y Pablo se llevó una cajita con medicamentos. Escuché que me los tenían que dar cada seis meses.
Cuando llegamos a casa, sin que casi me diera cuenta, me abrió la boca y me metió una pastilla enorme, con el dedo, hasta la garganta. Me la tuve que tragar. Parece que tengo bichitos en la panza. Me dijeron que con esa pastilla se mueren todos. También me pincharon con algo a lo que le llaman "vacuna".
Aunque a Pablo lo curaron una vez, no me importa. Yo a los veterinarios les tengo fastidio. Sé que te pueden curar, pero también te estropean. A mí me agarraron desprevenido, me durmieron y me afanaron* los huevitos. También me usaron para transfusiones de sangre y hasta me han metido un termómetro o un dedo en el culito. ¡Cómo para no odiarlos!
De todos modos, esto lo aprendí por olores: tenemos que ir periódicamente a visitarlos. Te cuidan, te observan y tratan de que no te enfermes de nada.
Cada vez que llego al veterinario, me agarra pánico y no quiero entrar. Se me mete la cola entre las patas y siento que mis pies se entierran. No me muevo. Pablo me tiene que arrastrar hasta ahí. Decidí que no voy a enfermarme seguido. Trataré de cuidarme, sólo para no visitar al veterinario.
*Robaron
*Robaron
Francisco!! Justo te toco uno de esos veterinarios de pelicula. Jajaja!! No entiendo porq de una t metio el dedo en el culo, pero no todos somos asi. Animo, segui buscando que siempre hay una q se adapta a nosotros!
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