
Hola, diario. Hoy es un día raro. Salimos temprano a caminar, pero con un rumbo distinto. Llegamos a un barrio, lleno de tiendas, negocios y una plaga de personas cargadas de bolsas y cajas. Me gustó el paseo, aunque resultó estresante. Imaginate a mí, un poco petiso, en medio de una muchedumbre... el mayor paisaje que tengo son decenas y decenas de piernas (no sabés los detalles que te podría contar), y siempre algún pelotudo que te pisa la patita.
Llegó un momento en el que me aburrí un poco, entonces me dejé llevar por una de mis debilidades: las medias*. En el suelo, había una señora gordita, morena y muy abrigada como para la época del año. Frente a ella, había una especie de alfombra sobre la que desplegaba medias, corpiños, bombachas, calzoncillos y todas esas cosas que la gente esconde debajo de ropa más vistosa. No puede evitarlo: le afané* un par de medias y comencé a correr y a sacudirlos con la cabeza para que la señora me alcance. Pero no quiso jugar. Por el contrario, me gritó barbaridades y me quiso pegar. Pablo se empezó a cagar de risa (él sí entiende mis juegos), me atrapó, me sacó las medias, las guardó en una bolsa y se las pagó a la señora.
Volvimos a casa como todos los demás, cargados de bolsas y paquetes. Me di cuenta de que no eran para nosotros sino para otras personas. Porque me quedé esperando a abrirlos juntos, en casa, pero quedaron así, envueltos, con sus moños. Regalos. ¿Cuál sería el mío? Me puse a olfatear y lo descubrí. Tenía olor a tienda de mascotas. No podía ser ni para Fina, ni para Raúl, ni para ninguno de la familia... Y era de un tamaño grande, así que tampoco sería para Zsá-Zsá. Ay, diario, soy muy ansioso, lo reconozco. No puedo esperar ni dos segundos. Cuando la ansiedad empieza a acariciarme el lomo, no puedo evitar empezar a dar pasitos cortos en el lugar y a bufar. No me aguanté. Cuando Pablo se descuidó, arremetí contra ese "regalo" y le destrocé el papel que lo cubría. ¡Era una pelota preciosa, con una cuerda como para tirar de ella! Pablo me retó un poco pero es tan generoso que no me la quitó. La dejaba colgada de su mano, a lo alto, y decía: "¡Es mía!". Entonces yo empecé a los saltos para tratar de atraparla. Jugamos un buen rato a eso. ¡Qué vida!
Me quedó esa palabra: generosidad. No pude comprarle nada a Pablo. Los perros no tenemos esos papelitos que tienen las personas, que les permiten comprar cosas. Tampoco tengo bolsillos como los marsupiales. Mi generosidad será de otro tipo, creo que tiene más que ver con el alma. Sé que suena soberbio, pero tengo una capacidad de amar inmensa. Mi generosidad está ahí. No sé... pensé esto mientras masticaba un hueso de cuero crudo sobre el pie de Pablo.
* Calcetines.
* Robar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario